martes, noviembre 20, 2007

Nuestra pobreza al desnudo

Diario Hoy, Matutino Dominicano

POR Juan Bolívar Díaz Santana

A tres semanas de que la tormenta Noel nos sorprendiera en plena y entusiasta campana electoral casi 7 meses antes de las elecciones, los indicadores de la pobreza y la miseria dominicana asoman por todas partes en un dantesco espectáculo que debería sacudir la conciencia nacional.

El mes de un centenar de cadáveres y desaparecidos, y decenas de miles de personas huyendo de las inundaciones, millares de viviendas sepultadas en el agua y el lodo, animales arrastrados por las corrientes y las siembras barridas fueron las primeras manifestaciones de la indefensión de cerca de la mitad de la población nacional.

Esta semana cuando todavía quedaban comunidades aisladas y bajo las aguas se ha hecho presente otra cara de la extrema pobreza que sufre el 20 por ciento de la población: hasta el viernes se hablan registrado 15 muertos a causa de la leptopirosis, una enfermedad transmitida principalmente por ratas, propia del hacinamiento y la suciedad.

En tanto otros centenares presentaban síntomas de lo que podría convertirse en una epidemia básicamente en zonas gravemente afectadas por las inundaciones, como San Cristóbal, Baní, Barahona, La Victoria, o los barrios capitalinos La Cienaga y La Barquita.

No deberla ser necesario que viniera una inundación como la de Noel o la de Jimaní, ni un huracán como George, David o Federico, para que nos convenciéramos de nuestra pobreza, y sobre todo de los enormes desniveles en que conviven en 48 mil kilómetros cuadrados dos o tres naciones diferentes: la de la abundancia, la de las precariedades y la de la indigencia.

El mensaje esta claramente dirigido a los segmentos de la primera nación, ese 10 o 12 por ciento de la población que vive en el despilfarro, el lujo y la ostentación, que no ha querido conocer el mapa real de la pobreza nacional y vive con los estándares de los pauses m s ricos, a menudo con mayor desenfado.

Independientemente de esos fenómenos atmosféricos propios de un país colocado en el mismo trayecto de los huracanes, los estudios y sus estadísticas están ahí, con sus fríos resultados, que una vez tras otra ratifican que la Republica Dominicana se encuentra entre las ocho ultimas de la escala de desarrollo humano entre las 35 naciones del continente, muy a pesar del crecimiento económico del ultimo medio siglo, estimado hace un par de años entre los mayores del mundo por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.

Hace apenas dos días un informe de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) estimo en 44.5 por ciento el porcentaje de la población dominicana que vive en niveles de pobreza, casi 9 por ciento por encima del promedio de 36 por ciento prevaleciente en la región.

El estudio no incluye a Haití¡, Nicaragua y Bolivia, que compiten con el país en escaso desarrollo humano, pero de los 19 que registra, la Republica Dominicana apenas queda mejor parada que Honduras (71 por ciento), compartiendo el penúltimo escalón con el Perú, en 44.5 por ciento.

Que haya mucha pobreza en la devastada vecina Haití o en el altiplano peruano-boliviano puede tener explicación en ubicaciones geográficas y poblaciones incomunicadas. Pero en el caso dominicano es incomprensible e intolerable, dado el potencial que tiene este país y los niveles de crecimiento que ha registrado en décadas.

Aquí la pobreza y la miseria son resultado de la exclusión, de la perversa distribución del ingreso, de las políticas de centralización geográfica y social que han practicado nuestros gobernantes, de sus políticas de ostentación y dispendio, de la corrupción que corroe la m‚dula de la nación y también de los sueños de grandeza que se les mete a cuantos llegan al poder, reproduciendo el modelo de desarrollo trujillista-balaguerista que nos marco durante m s de medio siglo.

Es penoso y triste que esas mayorías excluidas vivan tan sumidas en la ignorancia y el abandono al punto de que a veces parecen satisfechas con las migajas que les dejan caer las mesas de la abundancia y el despilfarro. Carecen de las energías físicas y mentales para levantarse y exigir la proporción del pastel nacional que les corresponde. Pero que los politiqueros derrochadores y corruptos no canten victoria por siempre. Porque en Perú, Bolivia y Ecuador, esas masas de hambrientos han tenido arrebatos poniendo en jaque la precaria y vacía democracia sólo representativa de la injusticia, la corrupción y la desvergüenza.-

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