Necesité consultar otras fuentes antes de ponerme a pensar si las cosas habían sucedido realmente como alan greenspan las había contado en su libro “The Age of turbulence”. me he encontrado con dos sorpresas principales
Por Jeanne Marion-Landais / El Caribe
.
He tenido la suerte de leer los primeros capítulos de “The age of Turbulence”, el estupendo libro de Alan Greenspan, quien fuera el jefe de lo que sería el Banco Central de los Estados Unidos, el Federal Reserve Bank, durante dieciocho años.
Digo la suerte porque el hombre es muy inteligente, y encontrarse con una mente capaz haciendo lo que él quiere con temas, conceptos, momentos históricos y hasta sus relaciones con colegas o novias es de lo más edificante. Es tan hábil que a uno le cuesta trabajo pensar en esta obra, confesadamente parcializada, como algo diferente de la pura realidad.
Después de todo, se trata fundamentalmente de su informe de gestión desde la óptica que lo favorece y no tendría por que ser nada diferente.
Greenspan no nos trata de convencer que este libro es objetivo ni imparcial, ni siquiera nos trata de decir que ésta es la historia de lo que ocurrió en la economía norteamericana en los últimos 50 años, sin embargo, sus afirmaciones se hacen con un tono tan claro de sensatez y tranquilidad que yo necesité consultar otras fuentes antes de ponerme a pensar si las cosas habían sucedido realmente como él las había contado.
Me he encontrado con dos sorpresas principales, la primera el disgusto tan evidente con ambos presidentes Bush. Y la segunda sorpresa es totalmente personal, me he encontrado con algo de “envidia ajena”. Lo de envidia ajena, término que acabo de crear ahora mismo, se refiere a un sentimiento que guarda cierto parecido con la vergüenza que uno siente cuando otra persona está metiendo la pata o haciendo algo realmente triste.
En este caso estoy solidarizándome con la envidia que podrían sentir mis compañeros de universidad que se pasaban noches enteras leyendo a Joseph Schumpeter, John Maynard Keynes, Ayn Rand y otros autores, mientras que Alan – si él lo hace nosotros también podemos hacerlo – se refiere a ellos por su primer nombre y en términos de lo más coloquiales (“Ayn Rand estuvo presente en mi primera juramentación” – algo que no puede decir ni el primer mandatario). Más sorprendente aun sus declaraciones políticas tan poco políticas, “cualquiera que llegue a presidente no merece serlo” (y abunda diciendo que lo más normal que pasó por la Oficina Oval de los Estados Unidos fue, precisamente, el que llegó a ese puesto por casualidad y no porque lo habían elegido, Gerald Ford).
O, su clara admiración por las inteligencias de Richard Nixon y Bill Clinton. Vistas así las cosas, tal vez Hillary Clinton tenga más oportunidades de lo que le desean sus adversarios. La mujer tuvo que ver con el comité que consiguió hacer renunciar a uno de ellos, y, como todos sabemos, con que se eligiera al otro.
Jeanne Marion-Landais es psicóloga
No hay comentarios.:
Publicar un comentario