Servicios Google/Semana.com, Bogotá
Diego Arias evalúa lo bueno y lo malo de la mediación venezolana para el intercambio humanitario.
Por Diego Arias
Es lamentable, por supuesto, que la reciente mediación de la senadora Piedad Córdoba y el presidente venezolano, Hugo Chavez, alrededor del Intercambio Humanitario, haya llegado a su fin. Pocas gestiones con tantas posibilidades como esa, pero también, quién lo podía negar, con más riesgos. Pero, como iban las cosas, ¿alguien podía ser realmente optimista?
El desgaste fue rápido y notorio. Forzado casi por los hechos de la política internacional y necesidades internas, el gobierno convino en una facilitación que se movió más en el ámbito de la política que en el de la diplomacia. Por vía de lo primero ventiló el asunto de manera casi siempre pública cuando por razón de lo segundo se exigía discreción y prudencia. Así, era imposible. Sorprende que reconocidos analistas nos hayan entregado su versión de que las cosas iban por muy buen camino cuando todo indicaba lo contrario. Yo, como muchos, anhelo y defiendo el intercambio; pero una cosa es pensar con el deseo y otra muy distinta, el curso de la realidad.
Las imprudencias se pagan caro y en este caso pasaron su cuenta de cobro. De la “facilitación” se pasó a una casi abierta intervención –no autorizada– en ámbitos de la política y la seguridad interna que, aunque ligados al tema, son de fuero exclusivo del alto gobierno colombiano. Esto, sin resultados concretos luego de casi tres meses de gestiones, sin un horizonte cercano de un encuentro directo Gobierno-Farc, que es el crucial; con los temores vivos y justificados de una reedición del Caguán en una especie de “despeje” internacional para las Farc; con mensajes complicados, como los encuentros de Chávez con la guerrilla en el propio Palacio de Miraflores o la acogida a la propuesta de reuniones con Marulanda en el Yarí (y las mismas fotos de Piedad Córdoba en ‘fraternidad’ con las Farc), le quitaron opinión pública favorable al proceso y le dieron suficientes argumentos al gobierno para acabarlo.
En medio de todo se escuchan argumentos, para atacar o defender el intercambio, que resultan equívocos en gran manera y terminan expresándose en fracasos reiterados de la gestión del Intercambio Humanitario. Mientras en esos asuntos tan cruciales no se llegue a un acuerdo mínimo, difícilmente habrá Acuerdo.
Uno de esos equívocos nos lo recordó una intervención del senador caucano Luis Fernando Velazco en reciente Seminario Internacional sobre ‘Acuerdos Humanitarios y Construcción de Paz’, realizado en Cali con el auspicio de Revista SEMANA y otras entidades. Según él, y otros, hacer el Intercambio Humanitario es una obligación constitucional para el Presidente de la Republica, dado que la Carta obliga a que se garanticen la vida y la libertad de los ciudadanos. Lo que no se nos dice es que también está el precepto de la primacía del interés general y la conveniencia pública, que también daría para justificar por qué no hacerlo o, al menos, no a cualquier precio o de cualquier manera.
¿Qué vamos a hacer el día que a las Farc se les antoje que a cambio de unos secuestrados haya que cerrar el Congreso nacional? ¿qué opinaría usted, estimadísimo senador Velazco?
Del mismo senador Velazco, político joven, honesto y brillante, por lo demás agredido y asediado por paramilitares y las Farc, escuchamos otro argumento recurrente: un diálogo con las Farc debe tener en cuenta que ellos no reconocen la institucionalidad y su manera de leer las cosas es algo así como de ‘otro mundo’, que no es otro que el campesino. Yo creo que eso es importante, claro. Un principio básico de cualquier negociación es comprender las lógicas del interlocutor. Pero eso no significa que hay que someterse a su voluntad y su capricho. Según eso, no sería grave que las Farc se tomen todo su tiempo, antepongan los asuntos de forma a los de fondo y, en fin, nos impongan su visión del mundo.
Claro que las guerrillas están por fuera de la legalidad y luchan contra ese orden para modificarlo o imponer otro. Yo aún creo que esa es la situación (conflicto armado interno), a pesar de todo (narcotización y degradación), y que no se van a ceñir a las reglas del juego establecido. Para que entren, hay que cambiarlas, por acuerdo. Por lo mismo, también creo que la mejor manera de resolver ese conflicto es la negociación política.
Pero es que ni siquiera alguien esta pidiendo ‘máximos’. La sola invocación de la guerrilla al carácter político de su lucha y al siempre traicionado del ‘altruismo’ (justificación del delito político), les impone actuar con unos mínimos de sentido común, decencia y humanidad, como base para sentarse a conversar o negociar. Pero con las Farc, lamentablemente, hasta ahora, ni lo uno ni lo otro.
Equívocos semejantes hay otros tantos como creer que un Acuerdo Humanitario es un Acuerdo de Paz (asunto deseable, por supuesto, pero claramente diferenciable); que no tiene implicaciones militares (cuando es objetivo el hecho de que la confrontación esta en una etapa de definiciones estratégicas); o que el intercambio no puede ser acordado sino bajo la condición de un cese de hostilidades, aunque cae bien por lo menos una disminución de las mismas, algo igualmente deseable pero no incondicional, reclamo que el gobierno incluye en su argumentación pública y que motivó, entre otras cosas, el rompimiento de este mismo proceso luego de la bomba en la Escuela Superior de Guerra hace un año. Y así por el estilo.
En lo personal, creo que el gobierno se precipitó en la ruptura del proceso y tal vez pudo haber hecho más por sostenerlo, por lo menos hasta el 31 de diciembre, en espera de gestos de las Farc como contribución a la gestiones de Chávez. Es poco probable que el costo político de esta decisión lo pague el gobierno internamente (el apoyo al Presidente está por el 74%), aunque en el nivel internacional sí tenga otra connotación. Los que sí salen de nuevo perdiendo hasta la esperanza –que, dicen, es lo ultimo que se pierde– son los familiares de las víctimas y en primer lugar, los propios secuestrados. Y, sin duda, en términos políticos y de opinión, resultan vapuleados de este trance los mediadores y, de nuevo, las Farc.
En manos de estas últimas esta la opción de que el tema retome alguna posibilidad. Si quieren tener protagonismo y recuperar un lugar mínimamente válido y digno en el diálogo político nacional e internacional, no será ‘mamando gallo’, en lo que son graduados sin honores, sino produciendo hechos concretos, así sean mínimos pero significativos, para empezar.
Sólo así habrá de nuevo un escenario caracterizado por negociaciones directas (en el exterior), confidenciales, rápidas y efectivas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario