Por Miguel Guerrero / El Caribe
Los avances en la lucha contra la pobreza por significativos que parezcan son insuficientes para acallar los gritos de reformas y mejoras que brotan de las gargantas y estómagos de millones de personas, de todos los confines de Latinoamérica, desprovistos de los derechos elementales de alimento, vivienda, educación, transporte y trabajo.
La tragedia nuestra no radica tanto en la magnitud de sus problemas, como en la ausencia de voluntad de sus dirigentes para afrontarlos. Tampoco consiste la crisis en la falta de recursos para enfrentarlos, si bien es preciso reconocer que ellos no son siempre los necesarios. Todo el mundo sabe de las prioridades.
La esencia no reside en este punto. La debilidad fundamental radica en nuestra inveterada inclinación a ceder a los encantos de la retórica, que tantas veces relega lo básico del debate y posterga indefinidamente la acción, tan imprescindible como insustituible.
Mas allá de la denuncia y los lamentos ¿qué hemos logrado al cabo de centenares de foros, millones de textos apilados en inútiles estudios de poca aplicación práctica, para encontrar una solución rápida a este enorme flagelo que es la pobreza generalizada?
Todo cuanto hemos logrado es convencernos de la escasa utilidad de las iniciativas emprendidas. En el umbral de este nuevo siglo pletórico de oportunidades y amenazas, debe procederse con resolución y firmeza, guiados esencialmente por un sentido cabal de las posibilidades.
Resistir a los atractivos de las ilusiones, como a las negativas influencias del pesimismo a que tantas veces conduce nuestra percepción de las realidades nacionales, nos puede llevar por un mejor camino. Todo es cuestión de voluntad para tratar de hacer las cosas de mejor manera.
Lo peor es saber que muchas veces en el pasado hemos perdido oportunidades por la simple razón de no haber dado un paso al frente.
Miguel Guerrero es escritor y periodista
mguerrero@mgpr.com.do
domingo, noviembre 25, 2007
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