Por Miguel Guerrero / El Caribe
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Si yo fuera el presidente Fernández, para ser sincero no le envidio la posición, asumiría esta tragedia nacional como un desafío para probar la voluntad del pueblo dominicano y la del Gobierno en momentos de adversidades y convertirlas en grandes oportunidades.
Comenzaría aplicando medidas en el ámbito oficial que despejaran todas las dudas existentes acerca de la decisión de someter a la burocracia a un régimen de estricta austeridad.
Como por ejemplo, vender en subasta pública el parque vehicular de lujo y de alto consumo de combustible en que se mueven los miembros del gabinete y otros funcionarios de menor jerarquía.
Con el producto de esa venta adquiriría vehículos utilitarios para el uso de esos colaboradores. Eliminaría por un tiempo los gastos de representación y los viajes innecesarios, incluso los del jefe del Estado, como es el caso de la próxima cumbre iberoamericana en Chile, en la cual no se cambiará la faz de la Tierra ni se resolverán los problemas mundiales.
Prohibiría la asistencia no obligada de funcionarios a actos públicos encabezados por el Presidente en los que no buscan nada y sólo hacen bulto, por cuanto ello supone un derroche de recursos en combustible, comida, dietas y llamadas de celulares.
Reduciría el ritmo de construcción del metro, para destinar fondos a programas de emergencia dirigidos a socorrer a las decenas de miles, quizás más, que han quedado desamparadas y a la intemperie, abandonadas a su suerte.
Limitaría, a lo indispensable por fuerza protocolar, los almuerzos y cenas en restaurantes de los miembros del gobierno y me olvidaría por el momento de la reelección, por entender que el mejor servicio que el presidente le puede prestar a su intención de preservar el puesto, es dedicarse de lleno a resolver los problemas del país. Como reflexión esto ha sido un buen ejercicio, porque nadie me hará caso.
Miguel Guerrero es escritor y periodista
viernes, noviembre 02, 2007
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