POR PEDRO P. YERMENOS FORASTIERI
Pocos comprenden cómo puede ser tan débil ante las evidentes manipulaciones de ella. El, tan duro, ríspido y casi déspota con los demás. Un potencial tirano que impone su voluntad por encima de los sensatos consejos que recibe de las personas que lo quieren, se muestra sumiso, huidizo y frágil ante las artimañas de alguien que lo utiliza para alcanzar sus objetivos.
Qué característica tan penosa la de muchos seres humanos. Valientes, intrépidos, dominantes e inflexibles con los débiles, ante aquellos que carecen de las posibilidades de debatir con ellos en igualdad de condiciones porque forman parte de la legión de los marginados por diversos motivos. En cambio, son genuflexos, pusilánimes, cobardes y apocados frente al detentador de poder de uno u otro tipo.
Es una condición propia de cobardes, de quienes les falta grandeza para no abusar de situaciones de vulnerabilidad, así como independencia y firmeza de criterio para sustentar sus convicciones al margen del escenario en que se puedan mover. Son los arribistas, los camaleones, guapos de ocasión, los aduladores, alabarderos, miembros de primera línea de los séquitos de lambiscones y tumba polvos.
Esa actitud de duplicidad y coraje condicionado a las circunstancias no sólo se presenta a nivel de la vida privada de la gente, por el contrario, tiene múltiples manifestaciones en distintas esferas, las cuales son decisivas para hacer un diagnóstico acertado de las características esenciales y del rumbo que transita un conglomerado social en un momento determinado.
Un ejemplo elocuente es lo que sucede ante la comisión de delitos y frente a los autores de los mismos. Asombra constatar cómo se reacciona con ira, se pide la pena de muerte e incluso se hace justicia con las propias manos cuando se trata de infracciones cometidas por personas desprovistas de abolengo social y económico. En cambio, esa misma sociedad tan virulenta con la marginalidad, juega golf con lavadores de activos a partir del negocio de la intermediación financiera; hace coro a políticos inescrupulosos y vota por ellos pese a una larga historia de engaños y promesas convertidas en elementos constitutivos de un fraude electoral.
El más reciente caso lo hemos tenido en una simulada boda de una pareja de homosexuales. Lo de simulado es consecuencia de que, pese a que el código civil no se refiere al tema de género al regularlo, la Ley No. 659 sobre actos del estado civil, en su artículo 55 define el matrimonio como “una institución que se origina en el contrato celebrado entre un hombre y una mujer...”, es decir, desde el punto de vista legal, el matrimonio entre personas de un mismo sexo no está permitido en el país.
El episodio, no obstante tratarse de una actividad íntima de dos ciudadanos en pleno ejercicio de sus derechos, desató la furia de voces que, en función de sus ocupaciones, están llamadas a ser, más que severos látigos accionados desde la atalaya de veleidosos criterios moralistas, bálsamos de comprensión, flexibilidad y garantía de prerrogativas constitucionales previstas para la totalidad de los habitantes de este país.
Obsérvenlos, son portadores del virus de la debilidad de la dureza, porque su fortaleza es falsa, sólo se activa ante aquellos a quienes miran inclinando hacia abajo sus cabezas. Si el giro de su cerviz es hacia arriba, quienes se doblan son sus rodillas.
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