La columna de Miguel Guerrero

Por Miguel Guerrero / El Caribe

Sabra y Chatila eran los nombres de dos campamentos de refugiados palestinos en El Líbano. La noche del 28 de septiembre de 1982, fuerzas cristianas libanesas penetraron a esos dos lugares, ocupados en su mayor parte por mujeres, ancianos y niños, matando a balazos fríamente a centenares de inocentes, en uno de los peores actos de barbarie de la guerra que entonces devastaba a El Líbano.

Las fuerzas cristianas libanesas actuaron en represalia por el asesinato, unos días antes, del líder de su facción religiosa, Amín Gemayel, hermano del entonces presidente de la nación. Un comando palestino había logrado atravesar la zona cristiana y colocado una bomba que destruyó el automóvil del líder militar cristiano dándole muerte a él y a varios de sus familiares más cercanos.
Inicialmente se trató de culpar a los israelíes de la matanza debido a que en aquella época, hace ya veinticinco años, tenían acceso militar a la zona. Sin embargo, las investigaciones posteriores demostraron el carácter revanchista de esta acción.

La verdad histórica, exenta de toda pasión, es que fueron árabes y no israelíes, los que apretaron los gatillos para dar muerte a los palestinos refugiados en esos campamentos.

Pero como podemos todavía leer en artículos periodísticos, la propaganda sigue surtiendo sus efectos y aún tanto tiempo después y a despecho de una amplia documentación sobre el hecho, continua divulgándose la falsa especie de que se trató de un “raid” judío, que demostraba la naturaleza criminal de la ocupación israelí de El Líbano.

Toda la propaganda sobre el caso ignora también a propósito el hecho de que otras dos fuerzas militares, Siria y la OLP, ocupaban parte del territorio libanés, tomando participación activa en la guerra de destrucción de ese país, una vez considerado como el más próspero del Medio Oriente. Los judíos se fueron después, no así los sirios.

Miguel Guerrero es escritor y periodista
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