Oscar Hernández Bernalette
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Lo aprendimos en nuestras primeras lecciones de Relaciones Internacionales, cuando se actúa en Diplomacia se deben manejar códigos de conducta y de los otros. Cuando éstos se violentan ello acarrea consecuencias para cualquiera de las partes.
Las cumbres Internacionales son una modalidad para ejercer la Diplomacia y, generalmente, son presididas por los jefes de Estado. Estos, como ejecutores centrales de la Política exterior son los máximos responsables de la conducción de la Política Internacional. Por lo tanto, en la ejecución de sus responsabilidades diplomáticas están en la obligación de mantener las más altas normas de respeto y tolerancia hacia quienes representan los intereses y la soberanía de los pueblos. Los jefes de estado se despojan de su carácter personal para convertirse en sujetos del Derecho Internacional, que es el factor normativo que configura el comportamiento y la estructura para la creación y el funcionamiento de disciplinas, métodos, procedimientos y políticas requeridas en las relaciones internacionales. Lo que incluye, por supuesto, la de los jefes de estado.
Es por ello que el episodio ocurrido en Chile, en “strictus census”, no es una digresión ocurrida entre el rey de España y el Presidente Chávez, sino un incidente entre dos estados, el de España y el de Venezuela. Quienes hemos tenido la oportunidad de participar en cumbres de esta naturaleza, hemos sido testigos de frecuentes desencuentros entre jefes de estado, así como de subidas de tono en el tratamiento de temas y visiones de mundo. Sin embargo, la espontaneidad, las agendas abiertas y la poco cuidadosa conducción de las deliberaciones pueden llevar a que la formalidad, la disciplina, el protocolo y los requerimientos de la alta investidura se violenten. De producirse esto se pueden generar episodios trasciendan más allá de la personalidad de los sujetos en acción y ello puede convertirse en una “tragedia” diplomática. Independientemente de las lecturas apasionadas, manipuladas o exageradas sobre el desarrollo del incidente hay un hecho concreto, el Rey de España mal trató al Presidente de Venezuela. Este hecho será registrado en los anales de la Historia diplomática como el primer agravio de esta naturaleza del que se tenga memoria.
Y como si no fuera poco, a todo ello se agrega la formidable carga simbólica que encierra el hecho de que se trata de un monarca de una corona que sentó sus traumas en los países latinoamericanos durante una larga noche de dominación colonial.
Es por ello que el rey está acongojado. Lo apesadumbra saber que la dignidad de su investidura ha sufrido daños, al no saber mantener la compostura. Una cosa es debatir acaloradamente, como bien lo permiten esos nuevos escenarios de la llamada diplomacia moderna; otra es no conservar la cordura. La nación Venezolana fue la agraviada, al mandar un dignatario a callar a su Presidente. Y de qué manera, con el dedo en ristre y expresión de rabia impropia de un diálogo entre pares.
De lo anterior, no cabe ninguna duda. Lo sabe el propio monarca entristecido.
La Enciclopedia Mundial de las relaciones Internacionales y Naciones Unidas del Polaco Osmañczyk -la cual fue la biblia de los jóvenes diplomáticos de mi generación-, indica que hay dos formas de ocuparse de éstas diferencias: ruptura o suspensión de las relaciones diplomáticas. La ruptura, que es la medida más severa, es aplicada generalmente hacia o un estado reconocido como agresor o en los casos de serios incidentes, por ejemplo, de la ofensa a un jefe de estado.
Por supuesto, cada estado es libre de hacer la lectura que desee o le convenga de un incidente de esta naturaleza; pero lo cierto es que cuando se ofende a un Jefe de Estado se atropella la dignidad de un pueblo. En diplomacia y en otras cosas conflictivas de la vida, el que se altera pierde y las cumbres no son otra cosa que el ejercicio de la diplomacia en su más alta expresión. ¿O será que estamos presenciando el rompimiento de un orden dentro del orden internacional?
oscar_hernandez_ve@yahoo.com
martes, noviembre 27, 2007
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