Por Lola Almudévar (Accidentada en Bolivia)
BBC, Bolivia
Publicado el jueves, 18 de octubre de 2007 - 22:40 GMT
En Bolivia, una economía débil y la escasez de trabajo llevan a algunos padres a dejar el país en busca de trabajo y dinero para sus familias. En muchos casos, con el país dejan también a sus hijos, a veces al cuidado de nadie.
En casi todos los rincones de Bolivia uno se encuentra con "telecentros", esos lugares donde la gente -a menudo demasiado pobres como para tener su propio teléfono- concurre a hacer sus llamadas.
Frecuentemente desde sus desvencijadas cabinas de plástico hablan con otra gente que limpia casas, cuida los hijos de otras personas, recoge frutas y trabaja en sitios en construcción en países como España, Italia, Argentina y Gran Bretaña.
Emigrantes como estos son los padres o madres de niños como Carlita.
Su mamá dejó su hogar en Santa Cruz hace un año y ahora trabaja como empleada doméstica en Madrid.
"Ella me va a llevar ni bien cumpla los 18", me dice Carlita mientras me conduce hacia su casa a través de un camino de tierra donde la calurosa brisa hace volar las bolsas de basura.
Carlita, quien tiene ahora 17 años, se parece a cualquier típica adolescente de sonrisa tímida y forzada, a no ser por un detalle: su infancia terminó hace ya tiempo.
Abuso doméstico
Hasta hace poco vivía con su abuela y una tía quienes prometieron cuidarla.
Pero al parecer sus cuidados estaban más dirigidos hacia el dinero que su madre enviaba desde España cada mes.
Carlita, al sentirse ignorada, comenzó a tener diferencias con su tía que con el tiempo se convirtieron en confrontaciones violentas.
Cuando telefoneó a su madre diciéndole que quería abandonar la casa, su tía temió perder las remesas y su reacción fue dejar a Carlita casi inmóvil y con el cuerpo amoratado de una golpiza.
"Me pegó con un cinturón. No sé dónde encontré fuerzas para defenderme, porque me defendí", me dice dirigiendo también su mirada al psicólogo que vino a controlar su evolución y a acompañarnos en la entrevista.
Una historia común
Carlita ahora duerme en el piso de la casa destartalada de otra tía ,donde viven 17 niños, varios de los cuales tienen sus padres trabajando fuera del país o en otra parte de Bolivia.
La escena no es inusual para el psicólogo Carlos Pérez, quien ve casos como el de Carlita todo el tiempo. Por lo general son menores que ella y sometidos a maltratos más severos.
"Las madres se van y los niños quedan efectivamente al cuidado de nadie", me dice sentado en una silla rota en el patio de la casa.
"Comienzan a mostrar señales de abandono y a tornarse rebeldes. Es tremendamente frecuente y está creando una generación de niños que no saben cómo comportarse en la sociedad".
Carlita es lo suficientemente grande como para que la experiencia no tenga un impacto muy duradero en su carácter.
Otros son menos afortunados. Muchos sufren daños psicológicos irreparables o terminan cayendo en la delincuencia o en las drogas.
Regresamos con Carlos al centro de asistencia donde trabaja, allí es inmediatamente abordado por personas que piden su ayuda.
A pesar de que responde en forma completamente profesional, es obvio que se siente tenso y atribulado.
"Hay bebés de sólo uno o dos meses que son abandonados", dice.
"Y cuando sus madres regresan no los pueden reconocer. Un niño una vez me dijo 'No quiero los zapatos o la ropa que me dan. Quiero a mi madre aquí para que me peine y me bañe y me lea un cuento'".
¿Un futuro mejor?
La respuesta del gobierno de Bolivia es la promesa de fortalecer la economía y crear puestos de trabajo de manera que la gente se quede en el país junto a sus familias.
Los planes contemplan 360.000 nuevos puestos hacia el 2010. Pero de crearse, si es que así ocurre, llegarán demasiado tarde para la generación de Carlita.
Y como me dice Juan Ramón Quintana, un alto funcionario del gobierno, no se puede culpar a nadie por buscar un mejor futuro. Están en su derecho.
"La emigración es un fenómeno mundial, causado por la globalización. Depende de nosotros cómo contenemos las consecuencias sociales en los países de origen", expresa.
Dejo la ciudad de Santa Cruz en las primeras horas de la mañana en un autobús que es virtualmente asaltado en cada parada por vendedores ambulantes ofreciendo gaseosas, caramelos, pollo, cualquier cosa que puedan poner en sus manos.
Sus ganancias son paupérrimas, pero en un país donde lo que más escasea es el trabajo, uno hace cualquier cosa para sobrevivir.
Las últimas palabras de Carlos todavía resuenan en mi mente:
"Detrás de tantos inmigrantes en tu país, hay historias como las de Carlita. Detrás de sus vidas allí, quedan aquí los niños que dejan solos a su albedrío".
Mientras mi autobús sigue su camino, reflexiono en la triste realidad de este país que hasta que no logre ofrecer trabajos dignos a sus habitantes, verá a muchos niños bolivianos seguir el mismo destino de Carlita para quien crecer es un viaje extremadamente solitario.
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