Reportado por Carlos de León
Por Sara Pérez
READING, PA.- Aunque modificar un discurso pronunciado por el presidente Leonel Fernández puede ser visto como un sacrilegio por los que le atribuyen al primer mandatario excepcionales dotes de orador, me permito incurrir en ese desmán, para presentar ante los más afectados por Noel un discurso alternativo, con la paradoja de que siendo más descarnado también tiene más tacto y hasta puede que resulte más solemne. Imaginen la pieza en boca de Morrobel.
Señores damnificados:
No voy a empezar dirigiéndome a las docenas de honorables funcionarios aquí presentes. Los abordo directamente a ustedes porque si el protocolo manda a atender primero a los más importantes, la distinción es suya, lo que debe servirles de consuelo, ya que en esta oportunidad están en la cima, aunque se trate de la cúspide en la jerarquía del infortunio y es mejor algo que nada.
Espero que con ello no se ofenda a la élite de funcionarios y personalidades que no tienen por qué interesarse en encabezar un desfile de gentes trituradas, puestas en escena como fenómenos de circo.
Más aún, estas palabras las pronuncio no sólo en mi nombre, sino en el de esas autoridades que me acompañan y que como yo, tienen una especial cuota de responsabilidad en la negligencia que ha caído sobre las cabezas de ustedes por voluntad divina.
No voy a salirles con que tal vez nunca antes habíamos sentido de manera tan intensa los estragos de este tipo de catástrofes, porque no quiero parecer que con el borrador de un lápiz me estoy deshaciendo de los 283 muertos oficialmente registrados, (no se sabe cuántos faltaron por contar), durante el huracán Georges, (y las pérdidas económicas por valor de unos 33 mil millones de pesos de esa época), cuando yo era Presidente en el 1998 y al igual que con Noel, en el gobierno todos estábamos distraidos con otros asuntos.
Además, aunque la bulla de mis corifeos ha impedido que se mencionen mucho mis macarrónicas torpezas, no es el momento de poner a prueba la acriticidad y tolerancia del país, diciendo que una tormenta quizás no tiene precedentes, cuando hasta el más idiota sabe que la República Dominicana ha sido y va a seguir siendo azotada por tormentas y ciclones de magnitudes bíblicas y también ha sido y será afectada por terremotos.
Agradezco que siendo estas variables ampliamente conocidas, todavía existan sectores que no reparen mucho, o que pretendan no reparar, en que lo que correspondería a gobiernos y gobernantes que sirvan para algo es intervenir en el control y planificación de los asentamientos, supervisar las construcciones para que se ajusten a los riesgos particulares, diseñar políticas para una repartición de ingresos que al menos elimine las precariedades más aparatosas, disponer de los recursos para entrenar y equipar a los encargados del Plan Nacional de Emergencia y educar a la población sobre las medidas a tomar en casos de necesidad.
Apelando a su paciencia infinita y a la escasa información que ustedes tienen sobre los orígenes de su miseria, les solicito una vez más condescendencia ante el pequeño desliz de no informar, ni comenzar oportunamente los operativos contemplados en el Plan de Emergencia.
Deberán comprender que el gabinete, los funcionarios y yo mismo teníamos para esas fechas fundamentales compromisos previos, que nos llevaron a ocupar los espacios del canal oficial y otros privados en politiquerías reeleccionistas, mientras Noel se acercaba.
El nivel de angustia, ansiedad y desconsuelo por el que han tenido que atravesar muchas familias, resulta indescriptible, especialmente para quienes han salido a supervizar la catástrofe sin que el eje de las preocupaciones sean los más lastimados, sino la estrategia para convertir el espanto en capital político en la campaña. Ya habrá tiempo después de las elecciones para que volvamos a hablar de este asunto y veamos en detalle dónde se apretarán las tuercas.
En los casos más pavorosos, niños de hasta dos y tres años fueron desprendidos de los brazos de sus padres para sucumbir bajo las aguas. Estos casos debían permanecer por siempre en las conciencias de quienes le quitaron a esos niños las oportunidades, el bienestar y la seguridad que les correspondían, por gobernar exclusivamente a favor de sí mismos y de la pequeña cúpula económica que monopoliza los ingresos, distribuyendo sólo las miserias.
En Villa Altagracia, un niño de 12 años, perdió a su padre, a su madre y a sus ocho hermanitos. No puedo hablar de esto sin que se me suban los colores a la cara. Ese niño se ha quedado solo en la vida, aunque su maestra , la profesora Catalina Mejía, en un acto de humanismo piadoso, decidió quedarse con él.
Habrá quien observe que lo que en la profesora Catalina es un gesto de bondad ante un niño desamparado, en el gobierno es un acto irresponsable con el que se reubica una persona como quien traslada un saquito de arroz de un tramo a otro, sin procesos institucionales de ninguna especie, pero eso es lo que hay.
Al enterarnos de ese gesto de misericordia, impartimos rápidamente instrucciones para que se le fijase una pensión y de esa manera garantizarle al niño todo cuanto fuese necesario para su desarrollo físico, intelectual y emocional.
En aras de evitar que el caso sólo sea un parche propagandístico más que no resuelve el gravísimo problema de los muchos niños y niñas que hoy se encuentran en una situación similar, en este momento estoy creando un departamento de asistencia a los huérfanos de la tormenta Noel, que estará presidido por un secretario de Estado, con un salario de 400 mil pesos, más viáticos de 200 mil al mes; 26 vice-secretarios, con salario de 150 mil pesos al mes más viáticos de 90 mil, 87 asistentes, 209 asesores y 400 empleados de diversa índole, todos con sus correspondientes salarios, viáticos y gastos de representación.
Cada niño que aspire a la misericordia del gobierno, deberá presentar sus solicitudes con un original y 24 copias ante las autoridades correspondientes, acompañadas de los documentos civiles. No aplican los que perdieron sus documentos durante la innundación, ni los que nunca los tuvieron, ni los niños de dominico-haitianos carentes de actas de nacimiento. Como comprenderán, no se puede ser caritativo con quien no existe legalmente.
El paso de la tormenta dejó una estela de desgracias imborrables, pero al mismo tiempo, ese infortunio provocado por la naturaleza permitió al pueblo dominicano actuar unido, (y muy por encima de sus autoridades) y poner de relieve sus más nobles sentimientos de compasión, solidaridad, fraternidad.
La palabra impronunciable en medio de estas y otras catástrofes por venir, es Justicia, porque se presta a interpretaciones radicales y podría aumentar el caos en momentos en los que es tan primordial la unidad y la concordia entre las familias dominicanas, aunque algunas de esas familias no pueden unirse a nadie, porque se quedaron sin integrantes.
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