En lugar de aceptar la cruda realidad respaldando los justos reclamos de las provincias del Cibao afectadas por el desaguado abrupto de la presa de Tavera, que provocó inundaciones sin precedentes, muerte y destrucción en una extensa zona del país, el presidente Leonel Fernández parece decidido a restarle seriedad al informe de una comisión de especialistas de Santiago que ha revelado mal e inadecuado manejo de la hidroeléctrica e inobservancia total de su manual de operación.
En forma despreciativa ha dicho que esos respetables ciudadanos carecen de la autoridad necesaria, y por ende de legitimidad, para estudiar el caso, habiendo él nombrado una comisión formada por varios de los funcionarios responsables de lo ocurrido.
Sus alianzas políticas están primero.
El jefe del Estado parece más interesado en preservar los votos de sus reducidos aliados que solidarizarse con el sufrimiento de toda una región. Atrapado en tan complicada madeja, ha tratado de paliar los efectos de la tragedia construyendo obras y ofreciendo villas y castillas.
Pero en el fondo consciente del dolor allí sembrado, se abstuvo de asistir a la inauguración de la Serie del Caribe, que bajo otras circunstancias habría sido para él un escenario ideal, y desairó a un influyente conglomerado de empresarios cibaeños con su inasistencia injustificada a un diálogo con los demás candidatos presidenciales de partidos mayoritarios.
Dos razonamientos pudieran explicar su ausencia en ese encuentro.
El primero sería el de eludir cualquier cuestionamiento relacionado con el manejo de la presa y la posición asumida por el gobierno al respecto.
La otra sería de tipo personal. Ya él ha dicho que sus contrincantes son figuras que no están a su altura y que “águila no caza moscas”, ni “Grandes Ligas juega con doble A”.
Tal actitud puede tener un alto precio en la votación del 16 de mayo.
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