Tras los violentos disturbios ocurridos anteayer en Belgrado –en el curso de los cuales fue asaltada e incendiada la embajada de Estados Unidos, y atacadas las representaciones diplomáticas alemana, belga, bosnia, canadiense, croata, inglesa y turca– en protesta por la declaración unilateral de independencia de la provincia de Kosovo, con el respaldo de la mayoría de los gobiernos occidentales, la tensión internacional generada por ese hecho sigue incrementándose.
Ayer, altos funcionarios de Rusia, encabezados por el presidente Vladimir Putin, expresaron de manera inequívoca el tamaño del disgusto ruso por la creación artificial, y al margen de la legalidad internacional, de un nuevo Estado-nación a expensas de Serbia. Putin señaló que la separación kosovar constituye “un precedente terrible que rompe todo el sistema de relaciones internacionales formado no sólo durante décadas, sino durante siglos”, y que “puede generar una cadena de consecuencias imprevisibles”. Por su parte, Dmitri Rogozine, representante ruso ante la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), destacó que el organismo, que mantiene una ocupación militar en Kosovo –con cerca de 16 mil efectivos– puede desafiar a la Organización de Naciones Unidas (ONU) y “extralimitarse en su mandato sobre Kosovo”, en referencia al respaldo del pacto militar al bando de los independentistas, de etnia albanesa; en tal caso, el funcionario advirtió que Rusia se vería obligada a concluir que para hacerse respetar por Occidente debe recurrir a la fuerza.
Un foco adicional de tensión se ha presentado en la frontera establecida por las tropas extranjeras entre Serbia y Kosovo, en donde han tenido lugar enfrentamientos entre serbios y soldados de la OTAN.
Así, mientras Washington retira de la capital serbia a todo su personal diplomático no indispensable, la crisis balcánica sigue alimentando la peor confrontación diplomática entre la OTAN y Rusia desde el fin de la guerra fría, la cual podría llegar a un rompimiento en forma y, por consiguiente, a una regresión de Europa a los tiempos de la tensión Este-Oeste. Por lo demás, las fracturas provocadas por la secesión kosovar no se presentan únicamente entre Moscú y Bruselas: en el seno de la Unión Europea y del Consejo de Seguridad de la ONU, el asunto ha provocado también una marcada polarización.
Se confirma, pues, lo señalado por numerosos observadores internacionales en el sentido de que la independencia kosovar, lejos de representar una solución para esa provincia serbia habitada por una mayoría de albaneses étnicos de convicción separatista, es un impulso a la inestabilidad en la región balcánica y, por ende, en el territorio europeo.
Muy distinto sería el panorama si el diferendo por el estatuto de Kosovo hubiese sido resuelto en el contexto de negociaciones entre la mayoría separatista y el gobierno de Belgrado, sin injerencias foráneas tan abiertas y groseras como las que han venido protagonizando Washington y sus aliados. Pero, tal y como se han desarrollado los acontecimientos, la independencia declarada el pasado día 17 constituye una violación flagrante al principio de integridad territorial de los estados. Lo quieran o no Washington y sus aliados europeos, semejante desatino sienta un precedente indeseable y peligroso para países en los que se presentan regionalismos e independentismos, entre los que se cuentan la propia Rusia, España, China y otros. Por ello, la independencia kosovar, propiciada y respaldada por Occidente, representa un impulso lamentable a la inestabilidad, a la confrontación y a la incertidumbre en el escenario internacional.
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