miércoles, febrero 27, 2008

Pulsaciones

El Nacional, Vespertino Dominicano

POR RADHAMÉS GÓMEZ PEPÍN

Están en su mejor momento aquellos que impulsaron o apadrinaron la construcción del Metro de Villa Mella por urbanismo, negocio o conveniencia política.

La verdad es que, hoy por hoy, el tema del Metro compite con el de política en cuanto a preferencia de mucha gente, al menos en la Capital.

Y no es porque el Presidente de la República, legisladores y otros grandes, se hayan convertido en sus primeros pasajeros, sino porque la gente comienza a ver lo que antes estaba bajo tierra.

O sea, ya no se está en la etapa de excavaciones molestosas, sino en la de ver vagones que se desplazan a gran velocidad por encima de la cabeza de los caminantes.

La casita de madera o la tierrita al borde de la ruta de repente han abierto los ojos de sus dueños, que ya hasta se sueñan millonarios.

Pero las preocupaciones se mantienen.

¿Cómo es eso de que no se puede mascar ni un chicle en el interior del Metro? ¿No parece un exceso? Se entiende que prohiban los chicharrones y productos similiares villamelleros -¿o villamellenses?- pero ¿por qué con los chicles?

Es natural que todos los vehículos que puedan utilicen las vías de acceso a la línea del Metro y que se prohiba por siempre una exclusividad en favor de nadie, llámese como se llame y aunque pueda ser un futuro Presidente de la República.

Todo esto es normal, pero no acabo de comprender la prohibición del chicle. ¿Habrá quienes ordenen abrir la boca con fines de comprobación antes de subir?

Tan preocupado estoy que, desde antes de que comenzar su construcción, me había trazado el propósito de no opinar nada sobre el Metro, porque me consideraba descalificado para hacerlo.

¿Por qué?

Entre mis siete hijos hay uno que es ingeniero hace más de 25 años -y de cuya capacidad y honradea doy pruebas a raudales- y trabaja o trabajó en las excavaciones del Metro.

Entonces, si opinaba en favor del dichoso Metro, lo que algunos canallas iban a decir es que lo hacía por interés familiar, pero si lo hacía en contra, entonces iba a estar enfrentado a los intereses de mi hijo, o sea quedaba convertido en un mal padre.

Y entre mal padre y mal periodista, yo me decidí por esto último. Y de ahí que sea esto lo primero que escribo sobre el Metro que, por demás, me ha provocado un disgusto que no tengo la más mínima intención de reparar. Y dejémoslo ahí.

Lo que me llama la atención es la prohibición del chicle, a no ser que botar la cajita en el suelo sea un grave atentado contra la urbanidad, mucho menor -creo yo- que pegar el chicle usado en el asiento de uno de los vagones.

Es lo que sucede, o sucedía, con los asientos de los cines.

Al menos cuando yo era muchacho.

rgomez@elnacional.com.do

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