Por Miguel Guerrero / El Caribe
Buena parte del país, aquella que votó a su favor para evitar la reelección, se hizo la ilusión de que la segunda oportunidad puesta en bandeja de plata al presidente Fernández sería distinta. Tremendo y costoso error.
La experiencia ha sido decepcionante, puesto que en la presente administración se han copiado, y en muchos casos multiplicadas, todas las viejas y corruptas prácticas del pasado político nacional.
Lo más chocante del drama actual es la ostensible contradicción entre esas prácticas y una retórica de modernidad oficial, que en el fondo es apenas un discurso dirigido a justificar obras faraónicas y gastos sin control alguno. En tiempos que se creían equivocadamente superados se escondían, como aconsejaba Lilís, las plumas.
Balaguer se atrevía a decir que los olores pestilentes de la corrupción se detenían a las puertas de su despacho. Hoy entran en casi todas.
Los funcionarios y los dirigentes del partido oficialista no sólo se muestran indiferentes ante el derroche, sino que protegen a sus autores. Todo se le está permitido. Y todo cuanto hacen está justificado. Los que protestan por tales acciones, los que aspiran a cambios en la conducta oficial, reciben toda clase de epítetos.
De pronto, los que aspiran a políticas que pongan freno a cuanto ocurre son vulgares malandrines “pepehachistas”, enemigos del progreso. Y la verdad es que si a alguien le encaja perfectamente tal estigma es a quienes incurren hoy en los mismos pecados que la nación con el voto les cobró a aquellos en las elecciones del 2004.
El presidente y su partido, que eran opuestos a la reelección, ahora se benefician de ella. Acaso no se recuerda que once diputados fueron expulsados del PLD por haber apoyado la reforma que reintrodujo la reelección en la Carta Magna. La postulación de Fernández explica el porqué él dice ahora que no se trata de un asunto de principios.
Miguel Guerrero es escritor y periodista
mguerrero@mgpr.com.do
lunes, febrero 18, 2008
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