Por Miguel Guerrero / El Caribe
La cadena interminable de insultos y la agresividad verbal que han dominado el ambiente electoral mantienen en vilo a la población, temerosa de que ello derive en confrontaciones y riñas que oscurezcan el panorama y estropeen los esfuerzos por encaminar la campaña hacia las elecciones presidenciales del 16 de mayo, en un clima de confianza que evite el caos y la incertidumbre.
Si bien algunos medios, al darles cabida a tantas diatribas, son cómplices de ello, preciso es admitir también que tan deprimente situación ha sido posible por la inexcusable actitud de personas con suficiente capacidad e ilustración para desenvolverse con éxito en la política sin necesidad de recurrir al insulto para lidiar con el contrario.
Y ese es precisamente el peor de los legados que este absurdo proceder nos deja. Algunos dicen que la tendencia está marcada por las preferencias del electorado y del gran público, pero no creo que esto sea cierto.
La verdad es que esta forma de comunicación enrarece el ambiente y desprestigia la prensa y la actividad política. Otros países han pasado por una experiencia similar.
Y para evitar intromisiones peligrosas de la autoridad pública en el ámbito del ejercicio de la libertad de expresión, los propios medios vieron la necesidad de imponerse normas, como fue el caso reciente de España, aunque allí las extravagancias radiales y televisivas no alcanzan, justo es reconocerlo, los niveles de irrespeto al público que aquí hemos logrado.
Lo más penoso es que el liderazgo nacional sea quien se lleve en estos momentos la corona, con un discurso ofensivo y vacío, que tiene el propósito de reducir su nivel a fin de preservar el manto de impunidad que protege a corruptos y depredadores.
Situación que refuerza la necesidad de un debate electoral centrado en los asuntos básicos de la nación, que muestre las reales capacidades de unos y otros.
Miguel Guerrero es escritor y periodista
mguerrero@mgpr.com.do
lunes, febrero 04, 2008
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