Tránsfuga, conforme indica el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, tiene las siguientes acepciones:
1. Persona que pasa de una ideología a otra.
2. Persona que con un cargo público no abandona este al separarse del partido que lo presentó como candidato.
3. Militar que cambia de bando en tiempo de conflicto.
El transfuguismo es un mal que se ha generalizado y ha llegado a tales proporciones que no hace mucho el ex presidente español Felipe González expresaba que constituía un “atentado contra la democracia”, en clara alusión a la proliferación de esta práctica en España.
También en Perú el transfuguismo inquietó a la clase política seria de la nación, a tal punto que se presentó un Proyecto de Ley con el propósito de que se introdujera una reforma constitucional para incorporar la figura del transfuguismo como falta que mereciera sanción, por tratarse de una forma de corrupción personal que comporta actitudes que podrían ser convalidadas en una escala de valores.
Pero lo cierto es que el transfuguismo implica los aspectos más negativos de la naturaleza humana: traición, deslealtad, codicia, avaricia, doblez y toda la miseria que pueda caber en un alma.
Pero los tránsfugas, con los bolsillos henchidos, ensoberbecidos por el poder económico, social o político que han alcanzado gracias a su mediocridad, no son capaces de advertir que pierden el respeto de los que antes fueron sus compañeros y jamás lo infundirán entre los que le compran, porque siempre le considerarán un advenedizo.
Al transfuguismo hay que sepultarlo; hay que enseñar el otro camino, el de la moral, el único que conduce al crecimiento, al desarrollo y al progreso.
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