Listín Diario, Matutino Dominicano
Talleyrand Murat González -
Ayer me llamó un amigo, rebosante de felicidad, para darme la buena noticia ¡promovieron a mi hermano! ¡Cuánto me alegro! le contesté, y le pedí detalles. “Mi hermano es ya coronel” me respondió orgullosamente. “Ya puedo hablar por el celular mientras conduzco”, continuó diciendo y hasta dar “galletas” (bofetadas) a cualquier policía de tránsito que me pare”, dijo.
En ese momento continuamos la conversación sin reparar en lo que él había terminado de decir. ¡Que bien! le comenté, felicítalo de mi parte; y como todos debemos tener en la familia o allegados un “médico”, un “abogado” y un “militar”, pues sentí que parte de ese logro también era mío, y en cierto modo garantizaba una solución a cualquier eventual situación que pudiera presentarse.
“Sólo llamé para darte la noticia, seguimos hablando luego”. Terminó la conversación. Ese mismo día en la tarde, mientras iba a almorzar con mi esposa, le daba la buena noticia y a la vez recordaba el diálogo con mi amigo.
En ese momento medité sobre cómo un acontecimiento de tanta importancia moral, social y cívica como es el ostentar un puesto importante, o en este caso un rango militar, en lugar de provocar una reflexión sobre la conducta ejemplar que debemos exhibir a partir de la responsabilidad que en este caso el Estado pone sobre nuestros hombros, nos hace suponer, aunque no en todos los casos, que lo que recibimos es una “licencia” para actuar sin responsabilidad social alguna.
Y no conformes, aun familiares y amigos del “promovido” entienden que caen bajo la sombrilla protectora del “intocable” rango, aun no se actúe de la manera correcta o simplemente no se tenga la razón en un momento dado. A partir de esa reflexión, ya no supe si alegrarme o entristecerme por la promoción del hermano de mi amigo.
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