POR RADHAMÉS GÓMEZ PEPÍN
El gobernador demócrata de Nueva York desde noviembre de 2006, el multimillonario judío Eliot Spitzer, renunció ayer luego del escándalo sexual en que se vio envuelto tras una denuncia publicada por The New York Times.
A Spitzer lo pillaron concertando una cita con una prostituta de alto copete y se identificaba como Cliente 9, lo que puede significar que habían ocho antes que él y que después podían añadirse más, quizás todos en un día...o en una noche.
Sin embargo, tiene a su favor la recomendación que de él hace una de las muchachas con quienes se acostó y que fue identificada como Sienna. Vean lo que expuso Sienna, al decir del New York Post: "Daba buenas propinas y no hacía nada sucio". Más claro ni el agua: un out fácil.
El caso es que ese caballero se afirma que en los últimos diez años gastó unos 80 mil dólares en mujeres de 4,300, o sea unas 18 ó 19 mujeres por año que no es poca cosa.
Como ya sucedió con el celebérrimo pastor Jimmy Lee Swaggart, también Spitzer se las pasaba predicando en contra de la corrupción y ni siquiera se tomaba la molestia de mirar hacia sí mismo.
Todo indica que sus aspiraciones presidenciales se han desplomado ante una sociedad que en estos asuntos presume de puritana, y que para mí no es más que la repetición de los escrúpulos de María Gargajos.
Esto es así, porque todavía son recientes las vivencias extramatrimoniales de Presidentes estadounidenses en plena Casa Blanca, que fueron toleradas luego de muchos escarceos y amagar y no dar.
Creo, por lo tanto, que es innecesario volver a recordar los casos de Bill Clinton, John F. Kennedy y su hermano Edward, y otros más, para sólo citar las travesuras masculinas.
Por el momento pensemos que esto es muy difícil que suceda en nuestra amada República Dominicana y no porque nuestras figuras más relevantes sean dechados de virtud, sino porque la costumbre no exige tales reacciones.
Es cierto que cualquier oficina pública o privada, puede servir de sitio para el desfogue de una pasión -tanto momentánea como ya asentada- pero nadie armará un barullo por eso, y todo sólo se reducirá a murmuraciones de comadres.
Véase bien que no justifico nada de esto último, sino que expongo una realidad que nada tiene de nueva, y hasta es posible que algunos de nuestros prohombres hayan sido concebidos de esa manera.
Y esto no debe escandalizar a nadie, porque las travesuras de Cupido, aprobadas por la sociedad o no, se producen en cualquier oportunidd y son, en todos los casos, muy agradables. Dicho esto sin hipocresía.
Como la que enfrenta Mr. Spitzer.
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