POR JUAN JOSÉ AYUSO
1.- Joaquín Balaguer demostró que en política no hay principios sino intereses y conveniencias. Y como se hizo “maestro” desde el poder, que conservó junto al tirano Rafael Trujillo y los norteamericanos de 1930 a 1961 y por éstos y él mismo de 1966 a 1978 y de 1986 a 1994, sus “resultados”encontraron buen terreno en el campo de sus usufructuarios y en el de la incapacidad de sus adversarios.
José Francisco Peña Gómez, en una acción que todavía no consigue explicación, logró que el déspota ilustrado, envilecedor de la política y pervertidor del ejercicio del poder, fuera declarado por el congreso “padre de la democracia”.
Tras las experiencias del golpe de Estado contra su gobierno constitucional del 25 de setiembre de 1965 y de la invasión norteamericana que frustró y aplastó el levantamiento constitucionalista y guerra patria de 1965, Juan Bosch trató de ser un político diferente. Radical, por supuesto.
Pero un político y analista tan confiable como José Israel Cuello Hernández, en un trabajo de investigación que pronunció hace años en una conferencia de la Falcultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), demostró que desde 1961 y en Nueva York, Bosch había acordado con Balaguer un plan que destinaría al segundo para el poder y al primero para la oposición.
Para cumplir mejor con su objetivo de ser un político diferente, Bosch dejó al Partido Revolucionario en 1973 y fundó al Partido de la Liberación, con el que fue a elecciones en 1986, con José de Jesús Bidó Medina como candidato a la vicepresidencia, y en 1990, que ganó junto al candidato vicepresidencial José Francisco Hernández, triunfo que decidió no defender.
Bosch parecía cifrar la fuente de su autoridad moral y política en el hecho de mantenerse lo más alejado posible del poder –“…el poder corrompe…”-, táctica que se vio amenazada por su victoria en 1990 aunque con la suerte de que desde el mismísimo centro de cómputos del PLD, su director, el periodista Víctor Grimaldi, saltara con la información de que Balaguer había ganado y de que Bosch había perdido.
Tal y como en 1990 había inventado a un compañero de boleta, el mediano comerciante santiaguense Hernández, a quien es posible que no se conociera muy bien ni en el barrio donde tenía su negocio, repitió la fórmula en las elecciones de 1994.
E impuso a otro desconocido, Leonel Fernández, profesor de tantos en la Universidad Autónoma.
Así brincó al plano político, a la sombra de un caudillo que no dejaba escapar hacia abajo ni el más leve rescoldo de luz, aunque ya se sabía de su quebranto, que obligó a una suspensión temporal de campaña para tratamiento.
E hizo un segundo tan al gusto de Bosch que éste lo conservaría en su “gracia”.
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