La eficiencia de la autoridad tributaria en la lucha contra la evasión es por todo el mundo reconocida. Y a excepción de aquellos que acumularon fortunas engañando al fisco, y que tal vez en menor medida continúan haciéndolo, los ciudadanos y la comunidad de negocios estiman como un logro muy importante los resultados de ese esfuerzo.
La Dirección General de Impuestos Internos podría ganarse un mayor respaldo si hiciera del pago de los impuestos una tarea más sencilla y fácil de sobrellevar.
Si bien el uso de modernas tecnologías y de la Internet facilita las cosas, la frecuencia con que se obliga al cumplimiento de esos deberes mantiene a las empresas ocupadas todo el día llenando formularios y atendiendo a cada norma o cambio introducido al sistema.
El gobierno tal vez ignore el enorme peso que los requisitos burocráticos, tanto como los impuestos mismos, representa para los ciudadanos y las empresas, especialmente las medianas y pequeñas, que tratan de cumplir con sus deberes impositivos.
El hecho de que los negocios deban asumir religiosamente esos pagos cuatro veces al mes, los días 5,10, 15 y 20, los tiene de vuelta y media, muchos de ellos incurriendo en faltas involuntariamente con un enorme costo económico, lo que además puede afectar su buen historial frente al recaudador.
Los anticipos son otra carga onerosa para las empresas y los ciudadanos, porque se pagan en base a una presunción de beneficios.
El hecho de que un golpe de suerte produzca un año una ganancia de una alta suma, no significa que el año siguiente se tendrá igual oportunidad.
La eficiencia tributaria es un aliado del progreso de la nación, algo que nadie en su sano juicio discute.
Tendría más apoyo y ganaría simpatías si espaciara esos pagos y eliminara los anticipos, una carga onerosa heredada de un sistema arcaico en riña con los conceptos de modernidad prevalecientes.
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