El Nacional, Vespertino Dominicano
JUAN TAVERAS HERNANDEZ
José Rodríguez Zapatero, jefe del gobierno español que obtuvo un segundo mandato, señaló durante un encuentro con artistas que no traicionaría sus principios por un puñado de votos.
Si para ganar tenía que traicionarse a sí mismo, prefería perder.
Así habla un líder, un estadista, un dirigente de compromisos fuertes con el presente y el futuro de su país.
Fidel Castro suele decir que su éxito en la política se debe a que nunca le ha mentido al pueblo cubano, lo cual no significa, en modo alguno, que no se haya equivocado. Una cosa es el error y otra es la mentira.
Lenin, el padre de la revolución socialista rusa, en uno de sus textos llamaba a realizar “pactos y compromisos, pero sin traficar con los principios”.
La pequeña burguesía, “arribista y trepadora”, como le llamaba Juan Bosch, asaltó la dirección del Partido de la Liberación Dominicana para utilizarlo como instrumento para llegar al poder a cualquier precio, incluso al precio más alto, que es la traición. Con esa visión de que en política todo se puede hacer, pactó con Balaguer consciente de que estaba traficando y traicionando los principios que le dieron sustancia ideológica al PLD. Aquel acuerdo significó una ruptura con el viejo PLD.
Para justificar su traición, los teóricos del nuevo PLD inventaron la tesis de que la política no tiene moral ni principios, que sólo importan los resultados, y nada más.
Bajo la sombrilla de la inmoralidad o de una “moral sin memoria”, como escribiera Juan Manuel García, los dirigentes del PLD han estado actuando en política. Para ellos, el fin justifica los medios.
Para los cristianos, Dios es un freno moral contra el desenfreno.
Cuando un partido no tiene ideología ni principios, se torna peligroso porque no le teme a nada. No se detiene ante nada, ni ante nadie.
Durante la época de la Santa Inquisición, Tomás de Torquemada sometía a la hoguera a hombres y mujeres sin distinción y sin saber si eran herejes o no, culpables o inocentes. Alguien le preguntó cómo hacía para saber quiénes eran pecadores y quiénes no. Dijo: “Dios se encargará de colocar a cada uno en el lugar que le corresponde”.
El PLD ha pasado por una metamorfosis extraordinaria. Ha pasado de ser un partido de izquierda o centro izquierda a un partido de derecha, en extremo conservador, incapaz de producir los cambios estructurales que demandaba durante décadas.
Su líder histórico es considerado como un hombre inmaculado Sus ideas y postulados quedaron atrás. El paradigma de su nuevo líder no es Bosch, es otro paradigma. Se llama Balaguer, otrora enemigo de Bosch, tanto que hasta le devolvió una condecoración que llevaba el nombre de los padres de la patria.
El nuevo paradigma es sinónimo de corrupción, de fraude, de mentiras, de engaños, de asesinatos, de encarcelamientos, de entrega de la soberanía, de compra de conciencia, etc.
Balaguer hizo de la corrupción instrumento de permanencia en el poder.
Fue capaz de asegurar que descubría un corrupto todos los días en la administración pública, pero nunca lo sometió a la justicia, ni los hizo encarcelar. Aseguró que la
corrupción sólo se detenía en la puerta de su despacho, pero no la impedía, todo lo contrario, la estimulaba.
Balaguer siempre pretendió colocarse por encima del bien y del mal frente al pueblo, cuando todos sabíamos que él encarnaba el mal. Siempre eran “los otros” los malos, nunca él. Quienes cometían crímenes eran “incontrolables”. Pero todos sabíamos que esos “incontrolables” se controlaban desde el Palacio Nacional.
Así como el presidente dice encarnar al balaguerismo histórico, así mismo actúa. En ese sentido es coherente.
El presidente de la República actúa como el Balaguer de los 12 años, no el de los 10.
Dicen que Balaguer mataba periodistas. Su alumno no los mata, los compra; aunque de algún modo si los mata al corromperlos.
Los niveles de degradación política que se observa desde el Palacio Nacional asquean, dan ganas de vomitar. Lo que está sucediendo me recuerda la película los 120 días de Sodoma del director Pier Paolo Pasolini, donde los espectadores salían de las salas de cine porque no soportaban tanta podredumbre, tanta asquerosidad, tanta bajeza humana desde el fango del poder.
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