Hoy, Matutino Dininicano
ROSARIO ESPINAL
rosares@hotmail.com
En las ciencias sociales y el análisis político existe un largo debate sobre la viabilidad o no de consolidar sistemas democráticos en sociedades de escaso desarrollo económico y grandes desigualdades sociales.
La razón es que es difícil satisfacer las expectativas de bienestar de la mayoría de la población en circuitos de acumulación con bajo nivel de institucionalización, donde la médula del mercado y el Estado está llena de corrupción y clientelismo.
Esto hace que la economía privada sea poco productiva, genere pocos empleos y oferte bajos salarios. El sector público, por su parte, es depredador e ineficiente.
Si diagnosticar y criticar el problema fuera suficiente para encontrar soluciones, la ruta hacia la democracia estaría más despejada. Pero el problema es grave.
Una vez se instauran sistemas de favoritismos y prebendas, es muy difícil deshacerse de los beneficiarios que controlan el gobierno, y de aquellos que desde la oposición aspiran a llegar al poder para beneficiarse.
Gobierno y oposición son cómplices de muchos delitos.
En la sociedad se produce una espiral de expectativas de bienestar, que mucha gente busca satisfacer con el uso indebido de recursos públicos o privados.
El Estado, por su parte, establece su poder político con redes clientelares en vez de forjar instituciones eficientes que presten servicios a toda la población.
La política se hace particularista y quienes controlan el gobierno son los principales beneficiarios.
En el pasado, los regímenes autoritarios latinoamericanos utilizaron una combinación de exclusión social y represión política. Los de corte autoritario populista aspiraron a mayor inclusión, pero no lograron dar el salto a sistemas democráticos institucionalizados.
Con un siglo XX cargado de autoritarismo, la transición a la democracia electoral a partir de fines de los años 70 significó un respiro político.
En el caso dominicano, han pasado 30 años desde la transición de 1978. Se ha establecido un sistema de elecciones competitivas, a veces muy disputadas, que ha despertado amplias expectativas de progreso.
Las elecciones han copado la actividad política y los partidos se han ofertado como instrumentos de cambio para lograr mejoría.
Sin embargo, en cada gobierno, la sociedad observa cómo el Estado se convierte en el salón VIP para que los políticos y sus allegados se beneficien del manejo indebido de los recursos públicos.
En vez de una democracia con instituciones sólidas, se ha afianzado en el país una democracia clientelar, que tiene como función central la repartición caprichosa de riqueza a segmentos de distintas clases sociales.
El PEME, Plan Renove, Sun Land y las nominillas CB son ejemplos en la última década del mismo fenómeno: la distribución indebida y caprichosa de los recursos públicos.
Ante los espectáculos mediáticos donde se denuncia la malversación de fondos, la población se debate entre luchar contra este problema o buscar beneficios particulares.
Pero siempre serán más los que no pueden acceder a los privilegios y esto genera mucho descontento.
En democracias que se consolidan como sistema de prebendas, tal cual ocurre en República Dominicana, es difícil dar el salto a democracias institucionales, porque siempre es más fácil para los gobiernos favorecer un grupo limitado de seguidores, que ofrecer amplios servicios públicos a toda la población.
Para que una sociedad pueda dar el salto a un sistema más democrático se necesita indiscutiblemente voluntad política de los gobernantes y gobernados, pero también crecimiento económico con redistribución del ingreso.
Mientras el sistema económico dominicano sea altamente concentrador de riqueza y excluyente en la distribución de beneficios, será muy difícil sustituir la democracia clientelar por una más justa e igualitaria.
La democracia ha sido en la historia de la humanidad una utopía hacia la que se camina, aunque nunca se alcance plenamente.
Su forma de concreción depende de cómo una sociedad articula las necesidades de acumulación y distribución, reduce la brecha entre ricos y pobres, y expande con relativa estabilidad las capas medias.
En el caso dominicano, la democracia es un simulacro de competitividad, donde predominan los intereses de la élite económica y política en su lucha por controlar el sistema clientelar. Así sucede gobierno tras gobiernos, década tras década.
martes, marzo 25, 2008
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