sábado, marzo 22, 2008

Hillary y su viaje por Irak

La aldea: Estados Unidos/Campaña electoral

Milenio, Mx./Servicios Google

En este triste quinto aniversario, no puedo evitar desear que hubiera sido más audaz admitiendo su error al haber votado para autorizar la guerra de Bush.

El quinto aniversario de la guerra de Irak es profundamente deprimente. Hace un año parecía que había casi un consenso en cuanto a que la guerra era un desastre, y los demócratas estaban trabajando para unirse en la mejor estrategia.

Cuando inicié mi blog hace exactamente un año, mi primera nota, “Qué diferencia hacen cuatro años”, señalaba el mar de cambio en el pensamiento político estadunidense desde el engaño de la “misión cumplida” y el maltrato a los adversarios de guerra en los días posteriores a la caída de Sadam Husein.

Ahora Irak ya no está en la primera plana de los periódicos (excepto por esta semana, ¡los estadunidenses aman los aniversarios!), a pesar de la muerte de casi cuatro mil estadunidenses y muchos miles más de iraquíes. Y mientras John McCain trastabilló esta semana conectando a Irán y Al Qaeda (los líderes chiítas de Irán no quieren a los sunitas de Al Qaeda), sigue habiendo posibilidades de que logre llevarnos a la ocupación de 100 para la que está listo, al menos en parte debido a la fuerte batalla entre Barack Obama y Hillary Clinton.

Yo votaría por cualquiera de los dos candidatos en noviembre, pero he tenido mis dudas sobre ambos. Mis reservas sobre Clinton se centran en su voto de 2002 a favor de autorizar el uso de la fuerza en Irak, y su perversa negativa a presentar una disculpa persuasiva y calificar de error al hecho. Ya escribí sobre el audaz discurso de Obama en la contienda, señalando mis reservas al respecto. Era difícil no pensar, en contraste, en la imposibilidad de Clinton para cuidar todos sus recursos retóricos —¿hace un año, un mes, hoy?— a fin de combatir el argumento más persuasivo contra su candidatura: que, cuando tuvo la oportunidad, no se enfrentó a George W. Bush y se opuso a su prisa por ir a la guerra, en 2003.

Por supuesto, tampoco lo hicieron la mayoría de los senadores demócratas y, lo más abrumador, aquellos con ambiciones presidenciales: Clinton, John Kerry, John Edwards, Joe Biden, Chris Dodd. Un clima de intimidación política en octubre de 2002 llevó a muchos demócratas a tomar malas decisiones. Sin embargo, todos los demás han encontrado una manera de aceptar claramente lo equivocados que estuvieron cuando autorizaron a Bush a utilizar la fuerza contra Sadam Husein; Clinton está sola en su propia resistencia a siquiera utilizar la palabra “equivocación”, y esto ha limitado su apelación primaria. Por cada partidario de Obama, hay muchos otros que decidieron con integridad que simplemente no podían apoyar a Clinton a causa de ese voto por la guerra en Irak y su incapacidad para lamentarlo adecuadamente.

Para ser justos, no creo que Clinton haya pensado que estaba autorizando a Bush a ir a la guerra cuando y de la manera en que lo hizo. Como dijo en su discurso de octubre de 2002: “Si atacáramos a Irak ahora, solos o con algunos aliados, esto establecería un precedente que podría ser contraproducente... Así que, señor presidente, por muy atractivo que sea un ataque unilateral, mientras que no se puede descartar, no es una buena opción dados los hechos presentes”. Eso sonó alentador. Pero luego resbaló por el hoyo del conejo: “Aun cuando la resolución ante el Senado no es tan fuerte como me gustaría en exigir primero la ruta diplomática y ubicar la prioridad más alta en un requerimiento claro y simple para inspecciones ilimitadas, tomaré la palabra del presidente en cuanto a que intentará firmemente lograr que se apruebe una resolución en la ONU y que buscará evitar la guerra, si es posible”.

El asunto es que muchos de nosotros —una mayoría pequeña pero no silenciosa— sabíamos lo suficiente como para no creer en la palabra del presidente. Muchos de nosotros sabíamos que estaba decidido a ir a la guerra, solo si era necesario. Esa es la parte del discurso de Clinton que no puedo aceptar, que me hace desear que hubiese visto la necesidad de hablar de su error.

Ella no es tan buena oradora como Obama, pero mientras que él estaba hablando de su decisión de apoyar a Jeremiah Wright el 19 de marzo, y lo ponía en el contexto de la historia a menudo trágica e inconclusa de políticas raciales de EU, no pude evitar imaginarme a Clinton corriendo un riesgo similar, y planteando su propio error sobre Irak en el contexto de sus visiones más amplias sobre la seguridad estadunidense. Podría ser demasiado tarde para muchos de los que odian a Hillary, pero a quién le importa, realmente: la verdad ciertamente nos hace libres.

Y políticamente, ha sido claro durante todo el año que la vulnerable, humana, humilde y poco firme Hillary es mucho más atractiva que aquella que proclama desde las alturas que estará lista desde el Día Uno para esa llamada de las 3 a.m. con Soluciones para EU, bla, bla, bla. No podría imaginar una manera mejor para que Clinton marque este sombrío quinto aniversario de la guerra que la de admitir su error en un discurso valiente y angustiado y comprometerse a sacarnos de este lío.

No espero que ella lo haga a esta altura del juego, aunque me encantaría estar equivocada. Hace más de un año, sus asesores establecieron su pensamiento sobre el tema de que admitiera su error de Irak al New York Times.

Se resumió a querer evitar la etiqueta vacilante de Kerry, al igual que la creencia de que la primera candidata mujer seria a comandante en jefe tenía que verse resuelta, y no podía darse el lujo de admitir un error. Quienquiera que la haya hecho creer esa idea debe haber sido... un hombre. (Muchos culpan a Mark Penn.) Entre todo el sexismo y estereotipo de género que ha dañado la contienda presidencial de Clinton, eso puede haber sido lo más dañino.

Si Clinton pierde, se analizará y ridiculizará una larga lista de malas decisiones de campaña, pero esa estará en los primeros puestos de la mía.


Traducción: Franco Cubello



Joan Walsh/Washington

No hay comentarios.: