El publicista oficial de la reelección tiene sin duda una enorme capacidad imaginativa que su amo valora, según me dicen, tanto, casi tanto perdón, como su cargo. Es un artista de la manipulación en todo el sentido de la palabra.
Se ha valido de un deplorable incidente en el Congreso, en tiempos de don Hipólito, no Irigoyen léase bien, para unir mi voz, que nada tiene de especial, a un spot que promueve la candidatura del presidente no por sus méritos, sino por desgarradoras escenas que muestran a figuras ligadas a su contrario en situaciones muy enojosas.
Es un típico ejemplo de cómo el exceso de imaginación refleja una ausencia absoluta de originalidad.
El genio de la publicidad vende a su protector no por lo que él es, sino por la imagen que intenta proyectar del adversario, al través de algunos de sus acompañantes.
Los genios, se habla de que son muchos, de la publicidad de otro candidato, el reformista, son menos creativos.
Han utilizado sin autorización una columna mía en la que califico de ingenuidad suprema la pretensión de que el repentino y tardío entusiasmo de algunos antiguos, otros renegados, dirigentes de esa organización, es espontánea muestra de la fascinación que en los seres humanos produce una revelación divina.
Algo así como el encuentro con un redentor y salvador de la patria.
Pero no hacen referencia a otra columna en la que cito como una penosa violación a la ley electoral, y una confirmación de la debilidad institucional de la Junta Central Electoral, el que ese candidato no haya tomado licencia de su cargo como secretario general de la Liga Municipal, que le da acceso a recursos estatales, tal y como ese partido le exige al mandatario, quien por desgracia no está por ley obligado a tomarla.
La moraleja es que el poder, cualquiera sea su dimensión, no respeta a nadie ni nada.
Allí el dinero no lo es todo; los valores son el otro 2%.
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