EDUARDO JORGE PRATS
e.jorge@jorgeprats.com
Más que revuelo han causado las declaraciones del presidente Leonel Fernández respecto a la ausencia de “una élite pensante” que causa una “severa crisis del pensamiento” en nuestro país.
Aparte de que, amparado en esa supuesta crisis, el presidente Fernández se ha negado a debatir públicamente con sus adversarios electorales, lo cual no se justifica frente al derecho de los electores de conocer las ideas de gobierno de quienes compiten por el voto en las elecciones presidenciales y poder contrastarlas en un debate público en igualdad de condiciones, lo cierto es que las afirmaciones del Presidente merecen ser analizadas a la luz de todas sus implicaciones en la concreta situación que vivimos los dominicanos.
A primera vista, extrañan estas declaraciones provenientes de un político que, como Fernández, en múltiples ocasiones hizo galas de su capacidad de entablar diálogos con los más diversos sectores de la vida nacional para enriquecer el diseño de las políticas públicas y alcanzar los consensos necesarios para la consolidación de nuestras instituciones y del desarrollo nacional. Sólo hay que recordar el Diálogo Nacional del cuatrienio 1996-2000 y la consulta popular para la reforma constitucional en la actual gestión presidencial.
Ambas iniciativas partían precisamente de la premisa de que las élites tenían un pensamiento que podía y debía contribuir al mejor gobierno de todos.
Pero si nos detenemos en la filiación partidaria del presidente Fernández y en la genealogía de su pensamiento, quizás el asombro inicial ante estas declaraciones es sustituido por la confirmación de una sospecha final. Nuestro presidente proviene de un partido cuyo fundador, el profesor Juan Bosch, insistió siempre siguiendo una tradición del pesimismo dominicano iniciada por José Ramón López y Américo Lugo , en la ausencia de una élite gobernante en nuestro país. De modo que, quien hoy se proclama heredero histórico de Joaquín Balaguer, en sus controversiales declaraciones aparece como buen hijo de un pensamiento que, como el de Bosch, no obstante su impronta hostosiana y su ropaje marxista, fue esencialmente conservador en la mejor tradición del Ariel de Rodó.
Dicho esto, conviene preguntarse... ¿es cierto que carecemos de un pensamiento y de una élite pensante? No hay dudas que si por ello aludimos a la existencia de un mandarinato a lo Camus y Sastre, de unos intelectuales públicos que combinen el compromiso político con la literatura como Bosch y Balaguer, es claro que el presidente Fernández está en lo cierto. Pero tal élite pensante no existe ya siquiera en aquellos países como Francia y México, en donde fue posible tal fenómeno y ello se debe fundamentalmente a la democratización de nuestras sociedades y al final de una era de monopolio del pensamiento por unos pocos privilegiados. En la era de internet, de la globalización, de la sociedad civil y de los “tanques del pensamiento”, el conocimiento y el pensamiento es difuso, en red y esencialmente democrático y la República Dominicana no escapa a ello.
Lo anterior no sustituye la necesidad de élites pensantes, si, dentro de éstas, incluimos las organizaciones ciudadanas, los grupos de presión y las redes de estos entes. Precisamente, el gran reto para los dominicanos en el futuro más cercano será el de contrapesar el enorme poder del Estado con redes de asociaciones que puedan ser actores principales en la elaboración de las políticas públicas. Y es que, por vez primera en nuestra historia democrática, la clase política es tan autónoma y su dominio es tal sobre el aparato del Estado y la sociedad que puede prescindir de los grupos sociales de contrapeso. Hoy los gobernados somos más superfluos que nunca. Así, por ejemplo, en una era de incertidumbre como la que parece inaugurar la crisis económica estadounidense y la crisis alimentaria mundial, los grupos empresariales tendrán que convertirse en verdaderos tanques del pensamiento y de la acción colectiva, si no quieren ser definitivamente arrollados por una maquinaria estatal insaciable en su demanda de recursos y adhesiones incondicionales. Como bien afirma el dúo Hardt/Negri en su “Multitud”, “ningún mercado económico puede subsistir sin orden y regulación política”. La cuestión es si este orden y esta regulación pueden y deben ser pensados e impuestos unilateralmente por el Estado y quienes lo ocupan personalmente.
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