POR MELVIN MATTHEWS
A Franklin Delano Roosevelt, el estadista más brillante del siglo XX americano, la oligarquía terminó llamándolo “traidor a su clase”, porque él incurrió en la paradoja de preocuparse por el “hombre olvidado”, a pesar de su condición de rico aristócrata, y durante su mandato de 14 años dirigió una cruzada contra la pobreza que sacó a los Estados Unidos de la Gran Depresión.
“Sus antecedentes ocultaban su filosofía política”, escribió Charles Hurd, corresponsal en la Casa Blanca. “En ocasiones sonreía en lugar de enojarse ante el comentario de que era un traidor a su clase”.
Pero la grandeza del ex senador reelecto y gobernador demócrata del Estado de Nueva York, quien inválido, sentado en silla de ruedas, llegó a la presidencia de Estados Unidos, y murió en el cargo aquejado de un proceso arteriosclerótico prolongado tras su tercera reelección en 1944, superó las complejidades inherentes a la Gran Depresión. Condujo a los Estados Unidos hasta las puertas del éxito en la II Guerra Mundial, negoció la “pax americana” y, junto a Stalin y Churchill, sentó los fundamentos del nuevo orden internacional que, a posteriori, se despedazaría a partir de 1989 con la caída del bloque soviético. Sin embargo, todo el éxito político, económico y militar de FDR -como se le conoce- estuvo condicionado a la circunstancia histórica de haberse convertido en 1932 en el primer rico elegido presidente de Estados Unidos de América.
Como ha ocurrido hasta ahora en la República Dominicana, durante los años veinte y principios de los treinta, los millonarios y hombres de alta posición social de Estados Unidos no estaban identificados con ideas liberales, ni eran considerados “hombres del pueblo”.
Los programas del “New Deal”, o Nuevo Trato, que Roosevelt desarrolló, resultaron especialmente chocantes para quienes entendían que él se tornaría “razonable” una vez fuese electo. Una idea contundente de la antipatía que generó FDR aparece en el film “That man in the White House” –Ese hombre en la Casa Blanca-, de Robert Vaughn (1982).
La Administración de Obras en Progreso fue una de las medidas más efectivas del Nuevo Trato, universalmente aceptada de que trabajar para la propia subsistencia es algo honorable y digno, en tanto que recibir ayuda que no se gana –es decir, “caridad”- (como el PEME o las recientes nóminas de los Comité de Base del PLD, en las gestiones del Presidente Leonel Fernández) es algo degradante. El programa abrió el camino para que acaudalados hombres de negocios, empresarios multimillonarios, entrasen a la política. Un proceso similar está a punto de iniciarse en la República Dominicana.
Roosevelt tenía fe en los políticos, pero no descuidaba a los técnicos; sensible a la opinión pública, no dudaba en formarla ni temía desafiarla. Roosevelt tuvo la preocupación por el hombre olvidado, razón por la cual sus parciales solían llamarle “el nuevo Moisés”. Miguel Vargas ofrece el “Nuevo Trato” que el país tanto necesita, puede representar la paradoja del hombre rico que emprende la lucha contra la pobreza y abrir el camino para que el liderazgo empresarial liberal se incorpore definitivamente a la política dominicana.
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