POR JUAN JOSÉ AYUSO
Como político y política, Joaquín Balaguer es el peor de los modelos que se pueda escoger.
Hasta 1961, fue un representativo de la política latinoamericana tradicional propulsada por los Estados Unidos del “big stick”, despótico y retardatario, quedado en los moldes de las tiranías y dictaduras en boga en los cuarenta y cincuenta.
Ya para entonces, era un rezago del pasado el teórico del trujillismo y uno de los creadores e implantadores de la mentalidad autocrática y autoritarista reimpuesta a este pueblo desde 1930.
Su ideología se resume en el siguiente párrafo, de una conferencia acerca de la alternabilidad que pronunció el 19 de setiembre de 1952 en el Ateneo y que incluye en “La palabra encadenada”, de los eslabones principales de la cadena de la palabra:
“El principio de la alternabilidad, a pesar de todo el derroche de literatura vertido por el legislador dominicano en las constituciones, sólo ha tenido, pues, vigencia para los presidentes que no supieron vestirse en el solio la toga de la virilidad, como Ignacio María González y Francisco Gregorio Billini, o para aquellos presidentes que aunque surgidos del cantón y de la montonera, carecieron de suficiente olfato político para ejercer por largo tiempo el dominio de sus conciudadanos.”
En sus gobiernos de 1966 a 1978 y de 1986 a 1996, “genio y figura”, Balaguer sirvió al propósito norteamericano de establecer en el país una pantomima democrática cuyo objetivo fue el de eliminar la disidencia de izquierda y a los líderes y partidos democráticos establecidos tras el ajusticiamiento del tirano Rafael Trujillo.
El presidente y candidato Leonel Fernández tiene a orgullo la estirpe balaguerista y dice ubicarse entre en un “balaguerismo y vinchismo”, al mismo tiempo en que, paradoja, quiere presentarse como el gobernante democrático de la “modernidad” y del “progreso”.
Y ni demócrata, ni moderno ni progresista, que ni en sus pesadillas de poder más contradictorias y negativas lo fue Balaguer.
Aunque el presidente y candidato Fernández dice otras cosas democráticas, su pensamiento y hechos lo acercan a la doctrina de caudillismo mesiánico y corrupción que postuló y practicó el caudillo de los 22 años, como demuestra el párrafo de su discurso del 27 de marzo del año pasado:
“Por formación y temperamento no tengo vocación mesiánica ni tampoco actitud de caudillo, pero hace dos años dos colosos de la política dominicana, Juan Bosch y Joaquín Balaguer, me hicieron una encomienda y me pasaron una antorcha para guiar los destinos de la República Dominicana. Hoy mantengo en alto esa antorcha que sirve para proteger el sueño de los dominicanos. Estoy conciente de que también llegará ese momento en que yo tenga que pasar esa antorcha a quien Dios haya escogido como mi sucesor, pero todavía ese momento histórico no ha llegado”.
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