Listín Diario
Milton Ray Guevara
Desde la caída de la tiranía trujillista, recurrentemente diversos sectores del país, políticos o no, han estado reclamando un gobierno de unidad nacional. En la especie, se trata de un elevado ideal que persigue aunar voluntades en torno a patrióticas metas comunes. La democracia en ocasiones es desordenada y aparentemente caótica. El interés de un partido o varios partidos mayoritarios prima sobre el interés de la sociedad en su conjunto. Entonces se apela a la vibrante raíz de la convergencia de esfuerzos para enaltecer la nación con metas muy definidas a corto, mediano y largo plazo.
En la Venezuela post-dictadura de Pérez Jiménez, el 31 de octubre de 1958, los tres partidos principales Acción Democrática, Democracia Cristiana y la Unión Republicana Democrática, cuyos líderes principales eran Rómulo Betancourt, Rafael Caldera y Jovito Villalba, firmaron una declaración de principios denominada como Pacto de Punto Fijo. El objetivo esencial era “Öun gobierno de unidad nacional, sin hegemonías partidistas, en el cual estarán representadas las corrientes políticas y los sectores independientes de la comunidad nacional.” Además, lograr “una institucionalidad estable que tenga en sus bases la sinceridad política, el equilibrio democrático, la honestidad administrativa y la norma institucional.” Venezuela creció social y democráticamente durante más de 20 años gracias al mismo.
En nuestro país la unidad nacional ha sido sinónimo de la incorporación al gobierno de dirigentes de un partido o del líder de un partido sin que exista un acuerdo programático para la acción gubernamental. Sin evaluación de rendimiento o desempeño, sin rendición de cuentas, sin cumplimiento de programas, de promesas o propuestas. El gobierno de unidad nacional se ha desprestigiado y poco a poco el concepto ha perdido el impulso vital que transmitía a aquellos que piensan en una Patria justa para todos, que preserve su identidad nacional. Nunca olvidaré cuando en la década de los ochenta Shimón Pérez e Itzjak Shamir, líderes de las dos principales fuerzas políticas israelitas, se dividieron un mandato de 4 años, ejerciendo 2 años cada uno. Ese gobierno de unidad nacional fue clave, en ese momento, para la supervivencia del Estado de Israel.
Nuestro país decidirá, a mi entender, en una segunda vuelta, el triunfo de Miguel Vargas y el PRD. El mensaje del cambio para mejorar ha calado. Interviniendo el pasado miércoles en la Cámara Americana de Comercio, Miguel afirmó: “necesitamos un proyecto de nación que abarque 20 años, que garantice la continuidad del Estado. Cinco gobiernos, sin reelección presidencial consecutiva, pueden lograrlo, si entre todos nos comprometemos en un proyecto de país”. El instrumento operativo debe ser la instauración de un gobierno de unión nacional el próximo 16 de agosto. Teniendo como meta la construcción de un Proyecto de Nación, se debe elaborar un programa mínimo de gobierno integrando diversas propuestas e incorporando al gabinete a representantes de las fuerzas políticas y sociales firmantes.
Una agenda legislativa común, que contenga reformas económicas, sociales e institucionales que nos permitan disfrutar de un estado social y democrático de derecho, es imprescindible. La existencia de una comisión interpartidista de la unión, de alto nivel, para dar seguimiento y velar por el cumplimiento de lo pactado, es esencial. El gobierno de unión nacional es la vía para canalizar las energías partidarias y cívicas y la búsqueda del bien común.
Frente a las graves amenazas externas y la preocupante fractura de la cohesión social que el aumento de la pobreza causa localmente, la respuesta debe se un gobierno de unión nacional que privilegie la concertación, el diálogo, el compromiso programático y la cultura democrática. El triunfalismo, la exclusión, el predominio de un partido, la tentación autoritaria y la dispersión de esfuerzos sólo se vencerán, definitivamente, con la unión nacional. Para quienes crean que sueño, les respondo que yo también creo en la audacia de la esperanza.
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