Nadie en su sano juicio podría negarle al presidente Fernández sus grandes condiciones como político y académico y esto lo reconocen sus adversarios más acérrimos. El problema consiste en que no hay reciprocidad de parte suya para los contrarios, ni siquiera en los casos de aquellos que le disputan el cargo.
Lo que hemos presenciado desde su regreso al poder es una tendencia en él cada día más pronunciada a ignorar a sus oponentes, tratándolos incluso con desprecio, como ha quedado de manifiesto esta semana en su reunión con los jóvenes empresarios.
Precisamente la misma actitud que exhibió en las primarias de su partido, cuando evitó por todos los medios de mencionar a su rival por su nombre, para no darle la importancia que en realidad tenía y parece seguir teniendo en el PLD.
La humildad que oficialmente se le atribuye ha estado ausente en el trato a sus contrarios. Pero lo cierto es que en el panorama electoral, lo que le falta a un candidato lo tiene el otro, y eso no excluye al Presidente de la República.
A pesar de sus enormes atributos, el señor Fernández no es superior a ninguno de ellos. De hecho, en términos profesionales muchos lo superan.
Un candidato de minorías, como el señor Moreno es considerado entre sus colegas tan buen profesor como lo fue el mandatario y tal vez mejor abogado.
Fernández no es más ducho en su área profesional que los señores Vargas y Estrella, en el campo de la ingeniería, ni como lo fue el general Candelier mientras vestía el uniforme.
Descalificar a sus adversarios y considerar una ridiculez el debate de los temas nacionales con ellos en el pretexto de que carecen de conceptos, es un acto de arrogancia presidencial.
El presidente es un magnífico exponente, no cabe duda. Pero a veces olvida el sentido de la economía cuando habla.
Por lo regular emplea 200 o más palabras para decir lo que algunos de sus oponentes logran con treinta.
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