martes, abril 08, 2008

Atrapado (2)


El Nacional, Vespertino Dominicano

POR PEDRO P. YERMENOS FORASTIERI
La institucionalidad dominicana se extiende hasta donde lo permiten los caprichos del príncipe que la manipula al compás de sus humores. Así ha sido desde tiempos remotos y aflige confirmar la vigencia dramática de tal anacronismo. El simple traslado de una simbólica elefanta a su nuevo hogar, requirió el remolque de la orden expresa del jefe del Estado.

Esa anómala circunstancia impide que el fenómeno de la reelección presidencial sea, entre nosotros, evaluado con idénticos raseros de otras latitudes. La permisividad ilimitada colocada en las mágicas manos del que intenta continuar en las riendas del poder, torna imposible estructurar un escenario de equidad en las oportunidades de competir. A eso habría que adicionar las limitaciones resultantes del bajo nivel educativo de las mayorías, impedidas de discernir sobre los males que para el país han significado los intentos de perpetuación desde la poltrona asentada en el palacio nacional.

Siendo así, a la población dominicana no le resulta fácil valorar los beneficios de la alternabilidad en la conducción de sus destinos y tiende a preferir convertir a individualidades en seres imprescindibles para su supervivencia, lo cual traza una ruta antagónica con la institucionalidad. Eso se expresa incluso en el interior de las organizaciones partidarias, las cuales se agrupan alrededor de figuras consideradas como insustituibles, cercenando las posibilidades de surgimiento de liderazgos alternativos.

Nuestra historia es rica en ejemplos de lo difícil que resulta superar modelos de dirección de esa naturaleza. Bastaría, en la contemporaneidad, recordar los casos de Bosch, Balaguer y Peña Gómez. “Lo que diga Peña es lo que va”. “Balaguer hasta que respire”. “Bosch es el guía, el PLD la vía”. De una u otra forma, en esta o aquella vertiente, sus partidos están padeciendo lo efectos perniciosos que se presentan cuando el niño dependiente queda huérfano de súbito.

La sorpresa la ha constituido el PLD, donde resultaba inimaginable que la transición posterior a Don Juan iba a caracterizarse por la instauración de un liderazgo de idénticas características en lo que concierne al autoritarismo y al mesianismo. Hoy, resulta difícil suponer una contienda en ese partido donde se enfrente al tipo de líder en que los peledeístas han convertido a su presidente.

Es incongruente que una entidad fundada a partir de la primacía del organismo sobre la individualidad, en la que servir al partido era la forma de servir al pueblo, haya devenido en un conglomerado aniquilado en su potencialidad colectiva para someterse a la convicción de que sólo uno de ellos está provisto de la indelegable condición de la representación. Olvidan el efecto letal a mediano y largo plazo para la organización que ese desaguisado supone. Desde ya, eso ha implicado que luzca irremisiblemente perdida una cantera de dirigentes a quienes se les valoraba con la aptitud requerida para asegurar un largo proceso de alternancia en el poder.

Es inútil alegar que la prohibición constitucional es un valladar que evita la ocurrencia de ese riesgo, porque si algo tenemos claro a estos niveles de las sorpresas nacionales, es que la eliminación de un obstáculo así se logra con mayor facilidad que lanzar al aire un pétalo de flor.

No son pocos los que comprenderán, a partir del 16 de agosto, la magnitud de la tragedia a la cual contribuyeron, si el proyecto reeleccionista, como parece, termina imponiéndose, igual que siempre, impulsado por un descomunal despilfarro del patrimonio público. Quizás no les alcancen las lágrimas para apaciguar sus remordimientos.

En la siguiente entrega veremos cómo, las demás posibilidades del próximo certamen, no hacen más que confirmar que este pobre país, después de ese carnaval, continuará atrapado.

yermenossantos@codetel.net.do

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