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| | Tony Raful -DE EL LISTIN DIARIO, MATUTINO DOMINICANO- |
Era un tiempo de transición apenas cuatro meses después de la muerte del tirano, todos hablaban y vociferaban por el tiempo oscuro del silencio, de la represión, por toda la negación de sus fueros y atributos. Las calles de la ciudad pequeña eran tribunas, las cafeterías, lugares para recrear el futuro, el sueño de cada quien era el sueño de todos tras el despertar histórico. Muchos se quitaban las camisas para mostrar las huellas de las torturas, como un carnet, una identidad gloriosa para ingresar a la nueva sociedad. Pero aún estaban los remanentes del trujillismo, semanas antes, el hijo del tirano, el General Trujillo hijo, se había paseado amenazante, al frente de una hilera de vehículos militares, por la indómita calle El Conde, donde los partidos políticos democráticos tenían sus locales abiertos y sus altoparlantes patrióticos.
La calle estaba desierta, un silencio de menos de mil metros, pavimentó aquel recorrido desafiante, a marcha lentísima, soberbia. El hijo mayor de Trujillo parecía un artista de cine montado sobre un nido de ametralladoras, apenas dos años antes había dirigido los pelotones de fusilamientos de los mártires del 14 de junio de 1959, luego de haber ordenado las más inenarrables torturas y dolores sufridos por aquellos paladines de nuestra libertad. Sus acompañantes miraban hacia los edificios y tiendas, las bocas negras de sus fusiles apuntaban hacia el mínimo movimiento o ruido. La algarabía cívica y catorcista había desaparecido súbitamente. Al llegar a la esquina de la calle Espaillat, se oyó un grito impactante, una voz estentórea, desde algún callejón: “Ramfis, asesino”. De inmediato, la caravana se detuvo, los militares se lanzaron a localizar el grito, hubo un rastrilleo de armas automáticas, aquel grito era el grito de miles de dominicanos asesinados, desaparecidos, victimados en nombre de una Era de terror y de ignominia. El hijo de Trujillo, levantó el brazo, hizo unos ademanes, desde sus lentes oscurísimos, a su lado, el General Tunty Sánchez, ordenó seguir sin requisar los escondrijos por donde una voz ajustó cuentas en nombre de una generación oprimida.
Era octubre de 1961, la ciudad estaba al garete, a la deriva, todos los esfuerzos se dirigían a crear un espacio de gobernabilidad con Ramfis Trujillo a la cabeza, diferentes opiniones señalaban que Ramfis no era obstáculo para la democracia, el poder imperial, que había roto sus lazos con el tirano y estimulado su desaparición, no se oponía tajantemente a la posibilidad de una transición democrática con Ramfis.
El propio Ramfis, Jefe de Estado Mayor Conjunto de la Aviación, el Ejército y la Marina de Guerra, manifestaba su deseo de contribuir a la democracia, endosando las propiedades de los Ingenios Azucareros al Estado. Por otro lado, invitaba a Máximo López Molina, el principal líder del aguerrido Movimiento Popular Dominicano, a una reunión secreta en su guarida de San Isidro, para pedirle que le explicara la participación de la Agencia Central de Inteligencia norteamericana en la muerte de su padre, en la medida en que le ofrecía entrega masiva de armamentos para enfrentar eventualmente el poder norteamericano y los grupos oligárquicos anti trujillistas del país. Esta estratagema de Ramfis, quien engañó a López Molina, se volvería a repetir, ocho años después, cuando se puso al frente de una conspiración monstruosa, que involucraba a grandes sectores militares del país, incluido a un sector constitucionalista, con la finalidad de tomar el Poder y supuestamente enrumbar el país por el sendero tercerista y revolucionario, procediendo previamente, al exterminio de los luchadores antitrujillistas en un baño de sangre. Sólo Dios sabe la tragedia que se evitó, cuando la fuerza del destino interrumpió la vida de Ramfis, en el trágico accidente automovilístico de finales de diciembre de 1969. De este complot gigantesco no fue ajeno el entonces Presidente Balaguer.
Llegó la mañana del 20 octubre de 1961, desde temprano, los jóvenes empezaron a posesionarse de la franja urbana, desde la Palo Hincado hasta todo el tramo de la calle Arzobispo Nouel, toda la calle Espaillat y alrededores. Se lanzaron barricadas y grandes alambradas para dividir el territorio libre, improvisados centinelas organizaron el tránsito, pedían identificaciones, mientras toneladas de piedras eran transportadas hacia las azoteas de la Calle Espaillat, edificios y residencias contiguas. La Policía acudió a reprimir a los manifestantes que proclamaban aquellas calles como territorio liberado de trujillismo. Los residentes colaboraban, ancianos, mayores, jóvenes y niños, parecían haberse puesto de acuerdo, en aquella locura de la libertad.
El combate desigual se inició a horas avanzadas del día, los policías fueron rechazados, no pudieron avanzar, retrocedieron ante aquella lluvia de piedras y gritos. Más tarde volvió la policía y apenas pudo penetrar en la densa territorialidad alzada. Eran muchachos, eran niños héroes que decidieron separarse del trujillismo, era la primera revuelta contra el trujillismo. El Jefe de la Policía, indignado por la inoperancia de sus agentes, les reclamó hacer lo que tenían que hacer para restablecer el orden. Eran las primeras horas de la noche del 20 de octubre, y aquel bastión parecía inaccesible. Entonces a tiro limpio, con la fuerza brutal del poder, se desarrolló la batalla final. Los agentes subían a los edificios y azoteas con ayuda de los bomberos. Y empezaron a caer jóvenes bajo la brutalidad policial. Cientos de heridos, algunos muertos, como Tirso Roldán Vargas Almonte, lanzado hacia el pavimento desde una azotea mientras resistía la embestida policial. Aquel panorama fue desolador, la represión penetró en los hogares, rompiendo puertas, deteniendo familias.
La juventud dominicana había escrito una página de gloria en la lucha por la libertad. Dos días más tarde el entonces Presidente de la República felicitaba a la Policía Nacional por el ejemplar comportamiento asumido durante los desórdenes de la calle Espaillat. Volver al Directorio:
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