jueves, octubre 26, 2006

Creciente polarización social y política

FIDELIO DESPRADEL

-DE HOY, MATUTINO DOMINICANO-

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En América Latina, tanto la vida política cotidiana como los procesos electorales, han venido expresando una creciente polarización política: los pobres y muy pobres, y las poblaciones originarias, principalmente en el cono sur, vienen girando a la izquierda, mientras que las oligarquías económicas y sociales, y el segmento más rico de las clases medias, que son el soporte administrativo, técnico, científico y de comunicación de esta oligarquía, giran en forma creciente hacía la derecha y el neoliberalismo.

Las oligarquías o clases gobernantes perciben mejor que nosotros este proceso de polarización de factura reciente, y se atrincheran en fórmulas de derecha, alejándose de los líderes, candidatos y presidentes con antecedentes o programas de izquierda.

¿Es acaso que han dejado de confiar en que, una vez llegados al poder, estas personas y fuerzas, pueden ser cooptados o neutralizados? ¿O es acaso un fenómeno mucho más profundo y trascendente?

Lo que pasa es que esas oligarquías sociales y económicas se atemorizan cada vez más con este fenómeno de la polarización social y política. Saben que si esa polarización adquiere una dimensión ideológica, y las mayorías de pobres en América Latina asumen, consciente o intuitivamente, una preferencia de izquierda, sus monopolios del poder y la comunicación pueden resquebrajarse, y en cualquier momento pueden ser sorprendidos con fenómenos, que como el de Venezuela y Bolivia, apuntan, no tanto a un entendimiento con las fórmulas neoliberales y con las élites financieras y oligopólicas, sino a una ruptura y a la consolidación de corrientes sociales, en extremo amenazantes para la “estabilidad” conquistada en base a condenar a las grandes mayorías al exterminio, como ha venido ocurriendo fatalmente en las últimas décadas De manera que los fenómenos electorales progresistas que se vienen desarrollando en Argentina, Chile, Bolivia, Uruguay, Perú, Ecuador, Brasil, Venezuela, El Salvador, Nicaragua y México, le saben a aceite ricino a las oligarquías que dominan nuestro continente, no tanto porque estos gobiernos y partidos progresistas amenacen, por su comportamiento en el poder o por sus programas, su espúreo poder, sino porque estos procesos contribuyen a profundizar un fenómeno mucho más amenazante para este poder como lo es el “giro hacía la izquierda” de los más pobres y de las poblaciones originarias de nuestro continente.

La “Comuna de Oaxaca” y la toma del corazón de la capital federal por los partidarios de López Obrador, en México; las grandes movilizaciones y la toma de conciencia de los campesinos de Bolivia; el “giro a la izquierda” del pobrísimo nordeste brasileño; así como los procesos de los piqueteros en Argentina, de los indígenas ecuatorianos o de las masas de los cerros de Caracas, en Venezuela, constituyen signos de radicalización social, que preocupa en forma creciente a las oligarquías latinoamericanas, y a su socio y jefe imperial. El resurgir el sandinismo, en sus dos formas, acrecienta esta preocupación.

De ahí la desconfianza en todos los gobiernos de izquierda, o de “centro izquierda”, como suelen ser calificados algunos de los nuevos gobiernos. Su desconfianza con Humada en Perú y con el posible triunfo de Daniel Ortega en Nicaragua.

En algunos casos, como lo es el de Daniel Ortega, estos candidatos no le van a tocar “ni con el pétalo de una rosa” a los intereses de la banca internacional, de las mineras del imperio ni de las oligarquías locales. Pero su sola presencia abre puertas para que se profundice la polarización social que viene desarrollándose en forma creciente, con la posibilidad de un giro ideológico hacía la izquierda y del surgimiento de movimientos políticos y organizaciones sociales que encuentren un caldo de cultivo en este giro social hacía la izquierda en el continente.

En cuanto a nuestro país, este proceso está muy atrasado.

Aquí, hay una profunda y añeja crisis de alternativas progresistas, y todavía, los dueños de la República Dominicana encantan con sus discursos, con su monopolio de la comunicación y con sus servidores en los medios de comunicación, a las grandes masas dominicanas, víctimas todavía del clientelismo, la manipulación y el anquilosamiento burocrático de sus instancias sociales.

Pero, como dice un refrán, “cualquier día llueve”. Y en la República Dominicana de hoy, esa apuesta al chepazo está avalada por los esfuerzos que muchos núcleos y personas individuales desarrollan, con miras a desatar procesos que puedan catalizar todo lo positivo que pueda haberse acumulado en estas tierras devastadas por las cúpulas políticas y sociales, por el entreguismo de muchos ex izquierdistas y por un monopolio del poder aparentemente inconmovible. Y avalada también por el descalabro del nuevo gobierno peledeísta, en núcleos cada vez mayores del inmenso contingente que los apoyó, tan sólo dos años atrás.

¡Veamos lo que pasa!


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