jueves, octubre 12, 2006

De regreso y en presencia de la niñez



Nueva York. (Atanay.Com).- Ontólogos, sicólogos y otras autoridades que se especializan en bucear en las interioridades del alma humana, suelen decir que en nuestro interior, siempre palpita un niño. No importa si tenemos 25 años de edad... o noventa.

Y parece que eso es cierto. Decimos que parece, porque no tenemos la autoridad que se dan y les dan a los científicos, para que digan o nieguen conceptos o cosas, de manera definitiva. Somos, como cantaleteaba nuestro padre, “aprendiz de todo y maestro de nada.”

Hoy se nos antoja hablar de niñerías. De niñadas. O de niños. Del tiempo de vida ese en que los humanos tenemos despiertos los sentidos objetivos y subjetivos a plenitud. Algunos de esos sentidos nos lo van atrofando los mayores, a medida que crecemos, y desde entonces, somos “como los otros”.

Cuando éramos niños nos gustaba, de vez en cuando, meternos en la soledad, y “hablar” o “sentir” con amiguitos invisibles. Preguntarles y contestarles; y hacíamos eso con nosotros mismos. Lo mismo que suelen hacer otros niños, cuando los juguetes que les preoporcionan los padres los aburren, y el instinto les impulsa a jugar con la tierra, a removerla con un palito... o ver con detenimiento cómo el gato de la casa (o del vecino) sepulta lo que desperidicia y le hiede.

Nos gustaba que nuestra abuela materna nos relatara cuentos “de aparecidos”. Era una manera estupenda, para la vieja, de tranquilizarnos, y lograr que nos concentraramos en algo, en vez de estar “fuñendo la paciencia”, como solían decir ellos.

Hoy, que estamos en la vía rápida de adquirir la categoría de ancianos, pretendemos meternos en el espacio de la niñez, para ver el mundo desde una óptica sana, fresca, y cargada de esperanzas.

La mayoría de los muchachos nacidos en nuestra América, es decir, la América toda, con todos sus idiomas, dialectos y demás características, hemos sido como los de otros vecindarios del mundo: Europa, Asia, Africa, Oceanía... y cualquiera otro continente que pueda estar por encima o debajo de la Madre Tierra que aún los de la ciencia no hayan detectado.

Hemos sido gentes incipientes.

Para luego terminar en entes decrecientes.

Y seguir para otro sitio, luego, que aún no hemos podido detectar a plenitud.

Aunque lo intuimos.

Uno, a medida que ha ido creciendo, oye a los abuelos recordar el pasado; decir que cómo cambian los tiempos, y que los de antes, eran mejores que los de ahora.

En parte, tienen razón. Aunque no debemos perder de vista que la vida es dinámica. No podemos estar sentados en el mismo banco toda la vida, pues desaparece el banco... o nosotros.

Aunque se supone que no sea así, pues es el mismo principio de vida desde el comienzo de los tiempos, la vida va cambiando de estilo... y a veces de forma. Por ejemplo. Se nota que los niños que nacen en estos días no se parecen mucho a los que nacían hace veinte o treinta años (obviando aquello de la condición social, etc.).

Los abuelos se sorprenden ahora. Antes, los niños comenzaban a mudar los dientes “de leche” por los de hueso, a los siete años, edad en que termina, dicen, el principio básico de la niñez.

Ahora hallas a cualquier muchacho de cuatro años que te pide que le saque un diente flojo, para que se lo dé al ratoncito y el ratoncito le proporcione un nuevo y más fuerte diente.

Sucede igual, con los juegos. Hace veinte años, ¿qué muchacho le iba a decir a otro: “vamos a jugar en el nitendo”?

En aquel tiempo (esa expresión evangélica nos fascina) los muchachos se volvían locos jugando “al loco”. “Al escondido”.

Se las ingeniaban para inventar juguetes de cualquier objeto: de un botón, un alfiler, la rueda de un tanque, de un trozo de papel... y esos juguetes los amaban más que los que “les ponían los Reyes Magos” que eran caros o baratos, pero de mejor confección.

Y era que el talento creador estaba por el medio, y el muchacho amaba lo que había, si no creado, al menos recreado. De ahí que los “juguetes comparados” fueran rotos el mismo Día de Reyes, o arrumbados detrás de cualquier puerta. O debajo de la cama.

Cuando ejercíamos la infancia, nos hicieron estudiar en libros inolvidables: el “Mantilla” que enseñaba a uno a dibujar las letras; a conocer a la “viejita titiritaña que sube y baja por una caña”, para referirse a la hermana hormiga. O a la “hermosa mujer peinada por el peluquero”.

¿Y el libro de lectura “Margarita” , en que reseñaban que “el gato juega con la bola”?

Y otros libro más de lectura: El libro “Pepín”. Recordamos que ahí contaban el caso de un niño perdido en el bosque, y que con su llanto, invocó la presencia de un duende quien se le apareció, con esta pregunta: ¿Quién me llamó? Para dar a entender la estrecha relación de los niños con los elementos y elementales de la Naturaleza.

Al recordar esas cosas es que uno quiere volver a ser niño. Además de que, en la niñez, uno ignora la existencia de deudas. Y de cobradores.

Meditación

Para la meditación de hoy: En ti, hermano, está el Todo. El ayer y el hoy. La vida y la muerte. Lo positivo y lo negativo. Son medios y herramientas con los que te ha dotado la Divinidad, para que te desenvuelvas en este precioso mundo. De ti depende qué tipo de herramientas escojes para funcionar. El hermano Hermes, el Tres Veces Grande, proclamó en la vigencia de algunos de los siglos viejos: “como es arriba, es abajo”. Y del otro lado, puedes saber que el Maestro Jesús manifestó que tú puedes llegar a ser como El. Dijo: Yo Soy el Alfa y el Omega: el Principio y el Fin. Escoje, pues.

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