domingo, octubre 08, 2006

La Primera Dama

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Por Sara Pérez
(DE EL NACIONAL, VESPERTINO DOMINICANO)

READING, PA.- Desde los tiempos en que Angelita Trujillo llevó en la capital dominicana, (cuya temperatura suele estar por encima de los 32 grados Celsius), un abrigo creo que de marta cibelina, similar al que habría llevado una zarina de Rusia de visita a Siberia, no son pocos los progresos que se han registrado en la evolución de los atavíos de las mujeres que en República Dominicana fungen de primeras damas, primeras hijas, primeras hermanas y categorías anexas.
Un buen ejemplo puede encontrarse en el ajuar dominado por los habitualmente bonitos, coloridos y bien cortados trajes sastre de la primera dama, doña Margarita Cedeño de Fernández, quien también acierta con su corte de pelo, (espero que no gaste lo mismo que la esposa del primer ministro inglés en peinarse) y, sobre todo, en su hermosa sonrisa, que aunque nunca se desborda con indudable espontaneidad en entusiasmos torrenciales, (y habrá quien juzgue eso como una virtud) mantiene, por lo menos en las fotos, una calidez en el grado de lo aceptable, que quizás no sea poco el esfuerzo que amerite.
El vestuario de la primera dama se circunscribe, con sus variables, al estilo "mujer de negocios", que muchos consideran el "look" internacional "correcto", expulgado de referencias "étnicas" acentuadas, pero tropicalizado con colores, estampados y formas.
Para una dominicana común, andar en traje sastre de chaqueta y pantalón o falda, forrados, no es una opción fácil de alcanzar, -los de las cajeras de bancos, secretarias y recepcionistas suelen ser versiones caricaturizadas en poliéster- y tampoco aconsejable, dado que factores como el clima e inconvenientes como apagones, falta de aire acondicionado y transporte disponible, conspiran contra el mantenimiento de la impecabilidad, la comodidad y la funcionalidad dentro de ese estilo.
Unos "jeans" y una camiseta son más prácticos y confortables para andar en motoconchos y autobuses del transporte público y cruzando calles anegadas, con los desagües tapados de basura, cada vez que caen dos gotas de agua.
Sin embargo, como las primeras damas, al igual que el presidente y ciertos funcionarios, no tienen que padecer esas contingencias -ni las padecerán jamás si durante sus administraciones toman las precauciones necesarias, cosa que siempre ocurre- sus vestimentas pueden darse por adecuadas, aún cuando no estén seleccionadas para enfrentar rigores climáticos y precariedades de servicios comunes en su país.
De vez en cuando puede ocurrir un supuesto "faux pax", más o menos grave, como el del atuendo que llevara la primera dama Margarita Cedeño cuando acompañó a su esposo, el presidente dominicano, en su visita a la reina de Inglaterra y que algunos criticaron bajo el alegato de que aquél simpático sombrero, tipo chistera, blanco y ¿con plumas?, bajo techo, contravenía el protocolo. Yo no sé si contravenía o no el protocolo. Ni me importa. Incluso me parecería mejor si lo contravinieron, porque en presencia de algo tan absurdo, anacrónico y ridículo como una reina, lo más apropiado es incurrir en alguna transgresión. Habría bastado con registrarse con los dedos las fosas nasales en presencia de Su Majestad, emulando el gesto a lo Euclides Gutiérrez cuando comparece en televisión, pero la chistera blanca -que nada más combinaba con las canas de la reina, dijo alguien- tenía "algo" que desbordaba cualquier expectativa.
No tengo nada contra los sombreros. Me gustan los sombreros y los uso. Me encantan los de ala ancha adornados con lazos y flores de seda o esos más recogidos, que parecen la pantalla de una lámpara, como el de Audrey Herpburn en Desayuno en Tiffany’s. Tengo uno negro de invierno, elegantísimo, orlado de plumas, pero sólo una vez reuní el valor necesario para ponérmelo y el carro, que jamás se dañó, ni antes ni después de esa ocasión, dejó de correr a una esquina de mi casa. Estoy segura de que fué un sabotaje de mi marido para no llegar conmigo y ese sombrero a ningún sitio. Creo que el presidente Fernández haría bien en aprender ciertos trucos.
Algunas personas ignorantes, evidentemente, dijeron que parecía sustraído del closet del difunto Sha de Irán, pero a mí me gustó el traje de seda amarillo diseñado por Oscar de la Renta, que llevaba la primera dama en la visita a la reina.
También me agrada que la primera dama tenga una agenda abarcadora e interesante, diseñe y participe en proyectos, preferiblemente un poco más ambiciosos que la simple filantropía publicitaria, amadrine causas de verdadero impacto social, que rebasen la sórdida distribución de juguetes en Navidad o de canastas para embarazadas y tenga otros planes, aparte de redecorar el Palacio, que por cierto, ¿cuántas veces es que van a redecorar el Palacio?
Lo que es preocupante, es la naturaleza de la condición de "primera dama", -eso sin entrar en consideraciones sobre la pertinencia del término-, que hasta donde tengo entendido, en República Dominicana es un cargo público, que sin los controles razonables, podría convertirse en una fuente extra de dispersión presupuestaria y de ampliación burocrática de cualquier gobierno sobrecargado de dependencias inútiles o de botellas parasitarias.
Si la República Dominicana tiene y va a tener primeras damas activas -lo cual está muy bien- debe regular e inspeccionar cuidadosamente las funciones que se le atribuyan y evitar una nueva tronera en el dispendio de recursos para los almibarados cultos a la personalidad, preocupante tendencia hoy en auge.
Es que hay demasiados barriles sin fondo en el Estado dominicano y demasiadas cuentas no esclarecidas. Y no se puede cargar con más, porque ¿y hasta dónde es que vamos a llegar?
Por Sara Pérez
cleo264@ yahoo.com
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