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GEORGINA HIGUERAS
(DE EL PAIS.Es)
Si se puede confiar en las estadísticas indias, el 90% de los hogares con empleados domésticos prefieren sirvientas de 12 a 15 años. El martes pasado, sin embargo, entró en vigor una ley que prohíbe estas tareas a los menores de 14 años, que tampoco podrán trabajar en los cientos de miles de puestos callejeros de comida (dhobas), teterías, restaurantes y hoteles en los que están empleados, según las ONG, unos 20 millones de menores indios. Muchos trabajan más de 12 horas diarias por un sueldo medio de diez euros al mes.
El Gobierno, sin embargo, sostiene que la nueva ley afecta sólo a 185.000 niños empleados de hogar -en su mayoría niñas- y a 70.000 empleados de puestos callejeros y hostelería -la mayoría niños-. "Las cifras reales son muy difíciles de saber porque se trata de niños ocultos detrás de las puertas de una casa", señala Carlotta Barcaro, encargada de uno de los programas de Unicef contra el trabajo infantil.
La esclavitud está abolida en India, pero sólo en el papel. En la realidad, hay millones de niños que trabajan en condiciones de esclavos después de haber sido entregados a los patronos por sus padres, que son los que pactan y en muchos casos reciben el salario. En 1986, el Gobierno publicó la primera ordenanza contra el trabajo infantil en siete sectores y oficios denominados "peligrosos", a los que se han añadido en estos años otros 63, que van desde la minería a la construcción, la industria pirotécnica o el tejido de alfombras.
De vez en cuando, la policía hace una redada y "libera" a unos centenares de esclavos, que pasados unos días vuelven en el 90% de los casos al mismo trabajo, señala el Foro para los Niños Trabajadores y de la Calle, que agrupa a 35 ONG. "La ley sólo prohíbe, no ofrece soluciones a los problemas. Esa no es la vía para acabar con la explotación y la esclavitud infantil", señala Zaved Nafis Rahman, asistente social de Butterflies, una ONG dedicada fundamentalmente al apoyo de la infancia en la capital india.
Unicef, sin embargo, que ha trabajado estrechamente con el Gobierno de Manmohan Singh para la elaboración de la norma aprobada el 10 de julio, con un periodo de tres meses para su entrada en vigor, sostiene que "la ley es un paso en la buena dirección" y que supone un avance hacia la protección de los derechos del niño. Para Unicef, la ley no es el final del camino, sino más bien el principio, que debe apoyarse en un sistema integral, que incluya desde la obligatoriedad de la educación al apoyo a las familias de los niños trabajadores, para que éstos puedan dejar su trabajo sin dañar las magras finanzas familiares.
"Sólo en Nueva Delhi hay más de 400.000 niños empleados, de los que 50.000 viven en la calle", afirma Zaved, de 27 años y con cinco de experiencia en atención infantil. Zaved, que tacha la ley de "cosmética", asegura que si tiene algún efecto será negativo porque el Gobierno no puede pedir a los patronos que despidan a los niños sin preparar un lugar para acogerles y educarles. "Muchos caerán en la prostitución y la mayoría estará más expuesto que antes al maltrato porque a partir de ahora su trabajo es ilegal", destaca. La nueva ley impone a los patronos sanciones de 10.000 a 20.000 rupias (un euro tiene 56 rupias) y penas de cárcel de uno a dos años.
La industria del sexo explota a centenares de miles de niñas y niños indios y es donde mayores abusos y violencia se producen. Son auténticos "esclavos del sexo" expuestos a un sinfín de enfermedades y a la muerte, sin que nadie reclame sus diminutos cuerpos. Muchos de los niños de los burdeles de las grandes urbes han sido previamente vendidos por sus míseros padres a las mafias del sexo, que también practican el rapto y la violación para asegurarse nuevos trabajadores.
Las cifras de la explotación infantil en India son apabullantes. Incluida la agricultura, donde casi la totalidad de los 800 millones de campesinos emplean al menos a tiempo parcial y sin salario a sus hijos, hay más de 100 millones de niños dedicados a empleos de adulto. De estos cerca del 20% trabajan en condiciones de esclavitud en todo el abanico de la economía, comenzando por el servicio doméstico.
El problema es la pobreza endémica de una gran parte de la población, que sigue sin beneficiarse del enorme despegue económico experimentado por India en los últimos 15 años. Según Satyavir Singh, de 32 años con 10 de experiencia en apoyo a la infancia "el auge, por el contrario, ha traído un mayor empleo de niños en algunos de los sectores peligrosos prohibidos hace más de una década, como la construcción".
La fiebre constructora se ha adueñado de India, pese a lo cual se utiliza muy poca maquinaria y el peso de la actividad recae en los trabajadores que cargan, descargan, transportan y suben a mano material muy pesado. Además, en buena parte de las obras se trabaja sin protección y los niños son las primeras víctimas de los accidentes.
En lo que Gobierno y ONG están plenamente de acuerdo es en aumentar las llamadas Childline (teléfono de los niños). Estas líneas de teléfono, que operan 24 horas, se han convertido en la salvación de numerosos niños que, directamente o a través de un vecino que escucha los golpes o los abusos, denuncian a los maltratadores o violadores, lo que permite su rescate y su ingreso en un centro de acogida.
Escuelas en la calle y dinero en el banco
Sameer tiene 13 años y hace dos que se fue de su casa en el Estado de Jharkhand, uno de los más pobres de India, para probar suerte en Nueva Delhi. Trabajó un año en una imprenta por 1.000 rupias al mes (18 euros). Ahora trabaja sólo por la tarde por 40 rupias y por la mañana asiste a las clases que da la ONG Butterflies en un parque.
A la sombra de un árbol y rodeado de basura, cabras e indigentes, el maestro Asir Ali Chaudhry alterna el juego con la escritura, el deporte y la aritmética. Tiene 70 alumnos de 9 a 15 años, aunque es raro el día que acuden más de 20. "Todos trabajan en fábricas, en teterías o recogiendo entre la basura lo que se pueda vender. Muchos esnifan pegamento y se quedan dormidos o sin ganas de nada", señala Chaudhry.
Una tristeza infinita se refleja en los grandes ojos de Sameer, que confiesa que la vida en la gran ciudad es "más difícil" que en su casa, adonde no regresa por temor a que su padre le pegue por haberse escapado. El chico duerme solo en las calles de la zona.
Llegó, cuenta su maestro, sin conocer una sola letra y en menos de un año ha superado los conocimientos básicos y se prepara para examinarse en abril de 3º de primaria. En este tiempo, Sameer ha conseguido ahorrar 120 rupias, que ha entregado al maestro para que las guarde en el Banco Infantil abierto por Butterflies para apoyar las finanzas de los niños trabajadores. Su sueño es aprender inglés, para tener un buen trabajo. Su patrón no le pega, pero le insulta.
El programa de enseñanza de estas escuelas al aire libre incluye la educación cívica, de manera que los niños aprendan que tienen derechos. Sameer ya sabe que una nueva ley prohíbe trabajar a los niños de su edad como sirvientes o en la hostelería. "Con esa ley nos moriremos de hambre", dice.
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