A pesar de los anuncios y declaraciones triunfalistas previas de un Hugo Chávez que viajó por el mundo en campaña para tratar de que su país obtuviera un asiento no permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, la realidad ha demostrado claramente que la comunidad internacional lo rechaza mayoritariamente. La pequeña pero mucho más sensata Guatemala ha obtenido hasta ahora casi treinta votos más que Venezuela en su intento por ingresar en el Consejo de Seguridad en reemplazo de nuestro país, cuyo mandato termina el 31 de diciembre próximo.
Los desplantes y las actitudes amenazadoras de un desafiante Hugo Chávez (que incluyen los que desplegó desde el podio mismo de la Asamblea General de las Naciones Unidas) terminaron perjudicándolo notoriamente, generando una cuota inocultable de recelo y desconfianza en la mayoría de los Estados miembros de la organización multilateral.
A ello vino a sumarse el rechazo de muchos por la continua falta de respeto al principio de "no intervención" de la que hace gala Chávez, como si esa barrera a la acción externa no existiera para él. Los petrodólares y las dádivas interesadas poco pudieron hacer para revertir el rechazo masivo que se ha hecho ostensible en las sucesivas votaciones. Lo sucedido con la candidatura de Venezuela sugiere que quizá la presunta ventaja rendidora de pertenecer al Movimiento de No Alineados en los organismos internacionales no es tan importante, dado que los votos de sus miembros están lejos de ser cautivos.
La situación es tal que no hay siquiera espacio para pensar en una transacción, como la puesta en marcha por Yugoslavia y Filipinas en 1956, cuando ambos países se repartieron el mandato que querían alcanzar.
La alternativa de continuar con sucesivas ruedas de votaciones difícilmente consiga superar el empantanamiento actual, ya que los candidatos mantienen, pese a todo, sus respectivas candidaturas. Ello sólo serviría para frustrar el esfuerzo de Guatemala que ciertamente ha obtenido un número de votos significativamente superior al de Venezuela, pero no los suficientes, y para apuntalar el papel de presunta víctima que (igual que Cuba en 1979) ahora asume Venezuela, como excusa por su fracaso, cuando la realidad es que Venezuela ha sido víctima de un presidente que, por sus actitudes, no es aceptado por la mayoría de los actores de la comunidad internacional. Lo cierto es que lamentablemente lo que está ocurriendo perjudica la imagen de toda la región.
Parecería entonces que ha llegado la hora de trabajar en generar consensos, para que aparezca prontamente algún tercer candidato de alternativa que logre el acuerdo que ni Guatemala ni Venezuela han podido obtener.
Chile y México parecen estar ya empeñados en este esfuerzo, al que la Argentina debería plegarse sin demoras. Después de todo, el fracaso de Chávez es compartido por nuestro país, que no sólo apoyó tempranamente la candidatura venezolana, sino que impulsó al Mercosur a hacer lo mismo, con algún grado de audacia, en lo que parece haber sido otro fracaso político en el escenario internacional.
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