SANTIAGO.- La administración del Estado debe saber que la violencia que sufren las dominicanas en el ámbito de la pareja y en la familia, es costosa. Las autoridades no pueden seguir "haciéndose las locas" con este tema tan difícil y del presupuesto nacional o de donde mejor le parezca al poder, tienen que salir los recursos necesarios para socorrerlas a ellas y a sus hijos e hijas. De lo contrario, el Estado dominicano mantiene la complicidad con la delincuencia y la impunidad de los crímenes por violencia basada en el género.
Y si no, pregúntele a Rosa, una muchacha de apenas 30 años que mientras me cuenta su ruta de pesares, lágrimas aguantadas, con el miedo en la mirada y los gestos, mal retiene la rabia y la impotencia. Hace algunos meses una ONG de mujeres de esta ciudad, tuvo que acogerla, a ella y a los hijos e hijas, y tenerla escondida un par de semanas del potencial feminicida, hasta que el vecindario la convenció de volver con él de nuevo. En realidad, no quería volver, pero no le quedó otro remedio después de agotar el corto tramo que le ofrece el sistema de atención del Estado.
Con el agresor, 4 años mayor que ella, formó pareja a los 15 años y ya a los 24 tenía 5 hijos, menores que, igual que ella, tiemblan cuando ven al padre porque les ha obligado a sufrir torturas, incluidas la de obligar a su madre a sostener relaciones sexuales con él, delante de las criaturas.
Para este hombre que desde hace más de un año, mantiene la amenaza de matar a toda su familia y suicidarse después, no hay lugar en una Justicia que no termina de asumir la seriedad del asunto. Para Rosa, los tres hijos y las dos hijas de ambos, la única esperanza real es salir en los periódicos cuando el agresor ejecute la amenaza.
Los médicos españoles, hermanos por cierto, Lorente Acosta, describen el Síndrome de Maltrato a la Mujer (SIMAM), como el conjunto de lesiones físicas y psíquicas resultantes de las agresiones repetidas llevadas a cabo por el hombre sobre su cónyuge, o mujer a la que estuviese o haya estado unido por análogas relaciones de afectividad, y lo caracterizan por su estrecha relación con los condicionamientos socio-culturales, tanto en su origen, como en su manifestación y consideración, lo que hace que la violencia sea especialmente intensa, que existan lesiones de defensa y que el daño psíquico sea uno de los elementos más importantes.
Este maltrato, que en nuestro país mata alrededor de 200 mujeres al año, y un número importante de niños y niñas, así como de hombres que después de cometer los crímenes se suicidan, como dicen los Lorente, no se puede equiparar al maltrato en la infancia ni a ninguno de los otros cuadros. Tiene características en común con ellos, pero también muchas diferencias. La violencia sobre la mujer también se produce fuera del ambiente de la familia, tanto durante el noviazgo, como después de la separación o el divorcio.
Rosa, como todas las mujeres que sufren maltrato, aún joven, ve resentido su sistema biológico. Sufre de diabetes, tiene problemas en la tiroides y deben operarla de un fibroma uterino, problemas de salud a los que no puede dar solución. Sufre el temor de dejar huérfanos a los hijos y las hijas, entre 15 y 6 años, que aún no han podido ingresar a la escuela porque su padre se llevó los trastos de la casa y Rosa no tiene ni dinero ni salud para reponerlos con su trabajo.
Y si alguien cree que puede apoyar a Rosa y su prole, que se comunique con el NAM, en Santiago, al (809)581-8301, o al correo nam@verizon.net.do, mientras el Estado decide en qué invierte el dinero del pueblo, un dilema en esta cultura politizada donde el clientelismo se prioriza como causa a la de las mujeres que sobreviven a la violencia de género. No se me ocurre otra cosa que pedir limosna, Rosa. Perdóname.
- SUSI POLA
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