lunes, octubre 09, 2006

Lo que está en juego en la reelección presidencial

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LEONARDO BOFF

(DE HOY, MATUTINO DOMINICANO)


Quien impidió la victoria de Lula no fue Geraldo Alckmin sino el propio partido del presidente, el PT. El atrevimiento malsano de altos dirigentes petistas echó a perder la victoria que Lula tenía garantizada ya en la primera vuelta. Lo que pesó realmente no fue tanto el escándalo del dossier contra el candidato Serra, pues siempre han existido dossieres fabricados por políticos afectos a la intimidación y al manejo de la mentira como arma política.

La ausencia de Lula en el debate final contó negativamente pero tampoco fue lo decisivo. Lo que destrozó al PT y obstruyó el camino de la victoria fue mostrar por todos los medios de comunicación la montaña de dinero utilizada para comprar el dossier. Más del 30% de los trabajadores gana solamente un salario mínimo. Cuando ve todo ese dineral se llena de autovergüenza y piensa: mi trabajo en verdad no vale nada; ni aunque viviese dos vidas acumularía tanto dinero como el que muestran ahí. ¿De dónde sacaron esos corruptos todo ese dinero? La indignación es inimaginable. Los políticos que usan tales expedientes merecerían la excomunión política y religiosa, tan grande es su pecado contra el pueblo, su dignidad y la economía popular.

Puede darse un impasse jurídico, policial e institucional en las investigaciones del dossier, especialmente si se revela su contenido, cosa que aún no se ha dado, y que podría eventualmente incriminar la gestión del PSDB cuando comenzó la corrupción de las ambulancias. Aun así, la segunda vuelta tiene también sus ventajas: por fin habrá una oportunidad de confrontar dos proyectos de Brasil.

Geraldo Alckmin representa el viejo proyecto de las clases dominantes. No sin razón lo apoyaron los banqueros y los grandes industriales, pues sienten afinidad de clase y comunión de propósitos: garantizar políticas ricas para los ricos y pobres para los pobres. Es claro que no posee carisma y no presenta nada realmente innovador, nada que pueda suscitar una nueva esperanza. La retórica que usa desorienta, pero al análisis debe sacar a la luz los intereses de clase ocultos. La macroeconomia que enfeudó la política, seguirá su curso neoliberal dejando fatalmente anémica la política social. Su victoria representará el retorno de aquellos que siempre construyeron un Brasil para sí, sin el pueblo o contra el pueblo.

Lula da cuerpo a un proyecto de cambio. A pesar de los impedimentos encontrados en un ambiente hegemónicamente neoliberal, trató con relativo éxito de hacer la transición de un estado elitista y privatista a un estado republicano y social. Ahora Lula se ve obligado a definir claramente su proyecto: dar la centralidad al pueblo destituido, garantizar sus medios de vida y su inclusión ciudadana. Para eso necesita aproximarse otra vez a su base real de apoyo: los movimientos sociales organizados y la inmensidad de los excluidos. Ellos podrán inviabilizar cualquier amenaza de destitución. Quitar a Lula es perder nuestro poder, dirán, es anular nuestra victoria, abortar nuestra esperanza.

Para diferenciarse claramente de Alckmin, Lula deberá modificar puntos importantes de la macroeconomía para que ella sea de hecho el apoyo de una política social sólida. Deberá tener el valor de hacer un gesto fundador de un nuevo Brasil: retomar el proyecto de Plínio Arruda Sampaio, uno de los que mejor entienden de reforma agraria y realizarlo íntegramente a fin de fijar al campesino en su campo y descongestionar las ciudades favelizadas. Ahí sí se consolidará su gobierno, inaugurando la transformación social posible para Brasil.

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