Eduardo Pizarro Leongómez. Columnista de EL TIEMPO.
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¿Qué tipo de izquierda emerge en torno del Polo Democrático Alternativo?
Con la sola excepción de Chile, que tuvo, desde finales del siglo XIX, un modelo partidista fundado en un esquema "a la europea" (con partidos de izquierda, centro y derecha), el resto de América Latina desarrolló un sistema más próximo al de los Estados Unidos, fundado en partidos pluriclasistas, que representaban una amplia gama de intereses sociales.
En el PRI mexicano, en los partidos Liberal y Conservador colombianos o en Acción Democrática o el Copei venezolanos cabían desde los empresarios más poderosos hasta humildes campesinos u obreros. Todo cambió en los últimos tres lustros.
El año de 1989 es una fecha llena de paradojas. Mientras que en el mundo significó el fin de la guerra fría y de la polarización Washington-Moscú (o, en palabras de Francis Fukuyama, el "fin de la historia", con el triunfo de la democracia liberal), en América Latina se inició una nueva época, marcada por la polarización política.
Los analistas políticos se plantean una pregunta inevitable: ¿el triunfo de gobiernos de izquierda significa que América Latina entró en una "era revolucionaria" -es decir, en un período de dominio hegemónico de gobiernos radicales- o en una etapa de madurez democrática, signada por el péndulo de gobiernos de derecha e izquierda, como ocurre actualmente en Europa?
El viraje autoritario y antidemocrático que se vive en Venezuela, en donde el teniente coronel Hugo Chávez ha ido minando las instituciones democráticas (libertad de prensa, división de los poderes públicos, profesionalización de las fuerzas militares) e, incluso, anuncia la creación de un partido único, llevaría a pensar que vamos a transitar ineluctablemente por el sendero del autoritarismo de izquierda.
Por el contrario, el hondo respeto a las instituciones democráticas por parte de los gobiernos de Chile, Brasil y Uruguay lleva a pensar que el segundo sendero (el péndulo de gobiernos de signo contrario) es el que se va a instaurar en América Latina. Es decir, que nuestro continente está alcanzando definitivamente la madurez democrática. Esta se fundamenta en un requerimiento básico: que quien pierda las elecciones no sea excluido de la vida política y guarde las esperanzas de convertirse en una futura opción de poder. O sea, que una derrota electoral no constituye una catástrofe, pues el horizonte pluralista continúa abierto.
Una pregunta que nos obsesiona a los colombianos es el tipo de izquierda que está emergiendo en torno al Polo Democrático Alternativo (PDA): ¿se trata de una izquierda pluralista, similar a la chilena o la uruguaya, o de una izquierda autoritaria, próxima a Chávez? O, si coexisten en su interior tanto partidarios de una y otra, ¿cuál es el sector dominante?
No deja de ser preocupante que en el seno del PDA haya sectores que aplaudan con fervor la reelección indefinida de Chávez, sus atentados sistemáticos a la libertad de prensa, el control monopolista de todos los órganos del Estado, incluidos las altas cortes y el Consejo Electoral. Estos sectores representan, a mi modo de ver, una tendencia claramente antidemocrática en el seno del Polo, la cual se enfrenta a otra corriente profundamente democrática, que defiende el pluralismo ideológico, la división de los poderes públicos y la alternación electoral.
Cuando Colombia, finalmente, está comenzando a superar la negra noche de la violencia y día a día los actores armados de izquierda y derecha son más y más marginales, es indispensable consolidar un esquema de partidos hondamente comprometidos con los valores de la democracia liberal.
Para ello, se requiere una izquierda más próxima a Norberto Bobbio que a Carl Schmitt, el ideólogo antiliberal y admirador de Mussolini, que tanto leen hoy en día reconocidos intelectuales de izquierda en Colombia, para quienes la política se reduce a un enfrentamiento entre "amigos y enemigos".
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