martes, abril 17, 2007
Periodismo y democracia
Martes 17 de abril de 2007.
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MANUEL ESPINO BARRIENTOS
Matar a periodistas en el México del autoritarismo represor para mantener acotada la libertad de expresión fue una práctica poco frecuente, no hacía falta. El poder gubernamental tenía métodos disuasivos eficaces para evitar la mediatización de sus escándalos. Y no pocos periodistas sabían cómo cobijarse en el poder para conservar su trabajo y su integridad personal.
Por décadas, tener partido y parcializar la política fue rentable para muchos comunicadores alineados al gobierno. Era una simbiosis perversa, preñada de corrupción, que les daba vida a ambos a costo de una comunidad mal informada y una opinión pública desorientada. La muerte por razones políticas a menudo era disimulada por los medios. Los periodistas, cobijados en la política, no tenían por qué temer a la muerte. En todo caso, desde los medios de comunicación se mataba la buena fama y el prestigio de quienes demandaban libertad al gobierno. Era crimen, pero no homicidio.
La transición hacia la democracia impulsada desde la sociedad, y acompañada por algunos partidos con voluntad democrática, animó a muchos periodistas a buscar su emancipación. Poco a poco se fueron involucrando en ese movimiento ciudadano columnistas, editorialistas y analistas políticos. La llegada al gobierno de un partido democrático en el año 2000, con un demócrata en la Presidencia de la República, en gran medida fue posible gracias a la participación valiente de los medios de comunicación, salvo penosas excepciones.
El inmediato efecto en la relación del gobierno con los medios de comunicación fue el respeto total a su libertad de expresión. Ya sin ataduras, la primera reacción de algunos periodistas inexpertos en el uso de su libertad -la minoría, por fortuna- fue el libertinaje irresponsable que los llevó a denigrar su profesión para convertirse en mercenarios de la comunicación, ya no al servicio del poder, sino de sus propios intereses o de algún proyecto populista de oposición.
En aras de la consolidación democrática, el gobierno de México transparentó la información oficial y toleró el abuso mediático; tenía la convicción de que sin la participación de los medios de comunicación podría fracasar la transición, pues son parte vital de la infraestructura social del país. Paradójicamente en la novel democracia mexicana, el atentado al derecho a la información de los ciudadanos dejó de ser atribuible al gobierno, comenzó a ser responsabilidad exclusiva de los medios de comunicación masiva en el ejercicio pleno de su libertad.
Hoy más que nunca, la función de los medios es observar la política con la finalidad de que los ciudadanos puedan formarse una opinión razonable de ella. Es por eso necesario poner punto final a la estridencia mediática de la política promovida por algunos periodistas, que raya en el exceso y desprestigia la democracia, que incuba resentimientos e incita a la confrontación. Afortunadamente son más los comunicadores que, resueltos a la congruencia vocacional, gustan de informar sin escandalizar, sin pretensiones sensacionalistas. Son fieles centinelas de la verdad.
Los medios tienen total independencia del gobierno y son corresponsables con éste en la delicada y nada fácil tarea de contener la ola de violencia que azota al país segando vidas humanas. Bien haría que los periodistas que comparten el mérito del arribo democrático, ya en la democracia con libertad de expresión, compartieran también con el gobierno el deber de que ésta se consolide en la paz y seguridad que garantiza y defiende el derecho a la vida de todos, incluida la de ellos. Ojalá que lo hagan bajo la máxima de Francisco Zarco, escribiendo como periodistas sólo lo que puedan sostener como caballeros.
* Presidente nacional del PAN
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