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El Gobierno no es todo lo bueno que los funcionarios dicen ni todo lo malo que la oposición y sectores empresariales creen. La administración del presidente Fernández tiene logros verdaderos en el área de la macroeconomía y sus planes en el campo de la tecnología son prometedores y están concebidos con una amplia visión de futuro.
La estabilidad económica de los últimos dos años y medio es un hecho no una teoría. Algo que puede reivindicar como un aporte real, a despecho de las mezquindades políticas.
No todo, sin embargo, es color de rosa. Hay muchas quejas relacionadas con la inseguridad ciudadana, el desempleo, los servicios públicos que brinda el Estado, la energía eléctrica, el transporte público y el gasto social, a pesar de las fuertes sumas que se invierten en esta última área.
Hay más pobreza en el país y los niveles de insatisfacción se acentúan conforme pasa el tiempo.
El estilo oficial parece estar creando, asimismo, adicional inconformidad, especialmente en lo concerniente al gasto público, por entenderse que ciertas obras, como el metro, se privilegian en detrimento de otras respecto de las cuales parece haber mayor demanda.
De todas maneras, un buen o mal gobierno resulta por lo general el producto de las circunstancias. El balance final que determinará la nota que habrá de dársele al actual solo se tendrá cuando llegue la hora de hacerlo.
Aún le queda un largo trecho por recorrer, lo cual le concede al Gobierno la oportunidad de cambiar el rumbo allí donde se haga necesario.
La cuestión radica en el temor de que el proceso electoral le desvíe de sus obligaciones y le empantane en el fangoso sendero del clientelismo, bajo la traicionera ilusión del aplauso y un poder que en el fondo es tan fugaz como un suspiro. Una ruta equivocada que no concluye nunca, llena al final de trampas y decepciones.
La estabilidad económica de los últimos dos años y medio es un hecho no una teoría. Algo que puede reivindicar como un aporte real, a despecho de las mezquindades políticas.
No todo, sin embargo, es color de rosa. Hay muchas quejas relacionadas con la inseguridad ciudadana, el desempleo, los servicios públicos que brinda el Estado, la energía eléctrica, el transporte público y el gasto social, a pesar de las fuertes sumas que se invierten en esta última área.
Hay más pobreza en el país y los niveles de insatisfacción se acentúan conforme pasa el tiempo.
El estilo oficial parece estar creando, asimismo, adicional inconformidad, especialmente en lo concerniente al gasto público, por entenderse que ciertas obras, como el metro, se privilegian en detrimento de otras respecto de las cuales parece haber mayor demanda.
De todas maneras, un buen o mal gobierno resulta por lo general el producto de las circunstancias. El balance final que determinará la nota que habrá de dársele al actual solo se tendrá cuando llegue la hora de hacerlo.
Aún le queda un largo trecho por recorrer, lo cual le concede al Gobierno la oportunidad de cambiar el rumbo allí donde se haga necesario.
La cuestión radica en el temor de que el proceso electoral le desvíe de sus obligaciones y le empantane en el fangoso sendero del clientelismo, bajo la traicionera ilusión del aplauso y un poder que en el fondo es tan fugaz como un suspiro. Una ruta equivocada que no concluye nunca, llena al final de trampas y decepciones.
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