De Libertad Digital, España
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Ningún partido político está libre de la corrupción. Se diría que la honradez política es un lujo, una excepcionalidad, de demócratas con capacidad para autolimitarse en el ejercicio del poder. "Un político pobre es, según dijera un alto dirigente del PRI, un pobre político". En algunos países, cómo no reconocerlo, es una excepcionalidad. La "política", según han reconocido grandes politólogos, se ha convertido en el principal ámbito para observar las formas perversas que puede adoptar la corrupción, generalmente incentivadas por su jugosa rentabilidad monetaria. En España, y esto ya es historia en los manuales del bachillerato, corrupción y socialismo son palabras fuertemente imbricadas. Por eso, no resulta extraño que vuelva esta "tradición" odiosa, o sea, vuelve el socialismo al poder, en 2004, y la corrupción es denunciada en las primeras páginas de la prensa en 2007. Esto no ha hecho más que empezar.
Pero, en verdad, ¿vuelve la corrupción a España? Quizá nunca se había ido. Fue "institucionalizada" por el trecenario socialista y el nacionalismo ha hecho de ella su mejor aliado. El PP la detuvo, pero desgraciadamente no hizo todo lo necesario para desmantelarla. La corrupción sigue aquí más viva que nunca. Los laberintos de la corrupción tienen que ser nuevamente recorridos por la prensa. Es su cruz y su gloria. La justicia todavía tendrá que esperar mucho, sobre todo si tenemos en cuenta que, hoy por hoy, el poder judicial está en manos del ejecutivo; además, necesita de una clase política y una opinión pública muy desarrolladas para que activen los resortes jurídicos siempre dispuestos a pactar con el poderoso, o peor, el poder judicial en España es temeroso del poder político, por eso, precisamente, tiende a no intervenir incluso ante flagrantes delitos.
De momento, ojalá no me equivoque, estamos, otra vez, en los comienzos de la reconstrucción del círculo virtuoso formado por la prensa-opinión pública-poder judicial-clase política democrática, que logró detener por algún tiempo la corrupción montada por los socialistas en los años ochenta y noventa. En efecto, frente a la corrupción inducida por la crisis económica y las políticas de adecuación estructural y desregulación de los años ochenta, que fue acompañada de una nueva clase política enriquecida rápidamente por el contubernio con los empresarios de éxito, surgieron unas fuerzas sociales e ideológicas dispuestas a denunciar la soberbia y la corrupción de las elites políticas vinculadas a la socialdemocracia negra. La primera de esas fuerzas, sin duda alguna, fue la prensa que recurrió al periodismo de investigación como primera fuente de choque contra los corruptores de la democracia. Y, otra vez, ha sido la prensa, por fortuna, quien está descubriendo la corrupción, aunque esta vez seguida con diligencia por el PP.
Ahí están los titulares de la prensa de estos días para hacernos cargo del problema. Son espectaculares. Tres son suficientes para saber que el Gobierno tiene que salir rápidamente a dar explicaciones de lo que está sucediendo o, de lo contrario, tendremos que pensar que está ocultado algo. Primero, el PP pide que desaparezca la Oficina Económica del Gobierno, a la que ha denunciado ante la Fiscalía Anticorrupción por prevaricación, cohecho y tráfico de influencias. Segundo, una empresa de Arenillas, vicepresidente de la CNMV y esposo de la ministra de Educación, no pagó a Hacienda casi 3 millones de euros. Tercero, el PSOE de Ibiza pactó con el presidente de una promotora el cobro de 1,5 millones de euros por adjudicar un proyecto de obra. O el Gobierno aclara estos sucesos o diremos que está potenciando el intercambio clandestino entre dos "mercados", el político-administrativo y el económico-social, que no es mala manera de definir la corrupción.
Muchas son las explicaciones de este resurgimiento de la corrupción en España, pero una, sin duda alguna, tiene que ver con la falta de un concepto claro de unidad nacional del Gobierno socialista. La preservación de ese bien común fue siempre un freno a la corrupción política y económica. Aron lo vio bien hace muchos años con claridad: "La corrupción de la democracia es probable, pues para resistir a la extralimitación de la mentalidad de facción, de disolución de la autoridad, es preciso que haya, tanto en los gobernantes como en los gobernados, un sentido suficiente de la unidad nacional."
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