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FABIO R. HERRERA-MINIÑO
-DE HOY, MATUTINO DOMINICANO-
Bajo el cielo de la capital imperial mundial, las autoridades dominicanas, con el argumento que era una exigencia del Fondo Monetario Internacional, anunciaron que el país está abocado a una nueva reforma fiscal, destinada a aumentar los ingresos y así poder cubrir los compromisos internacionales y corregir distorsiones presupuestarias y subsidios, que para el gusto del organismo regulador de las finanzas internacionales, nunca le han sido de su agrado.
Tal anuncio ha creado un revuelo nacional, que ha dejado muy mal parados a los funcionarios, estimulando tal desaguisado fiscal en momentos que el país se ve atrapado en la incertidumbre de una percepción social de que la cosa está muy mala, pese a que todos los índices económicos evidencia que se ha superado la peor crisis en la que estuvo sumergido hasta agosto del 2004, fruto de los descalabros de unas autoridades que pensaron más en sus proyectos políticos personales, y no en la protección de la economía nacional.
Y es natural la reacción de los dominicanos en contra de nuevos impuestos, aún cuando se disfracen de rectificaciones fiscales, porque el gobierno se ha podido despachar durante este año con ingresos mensuales superiores a los $15 mil millones de pesos, distinto al pasado año cuando superaban a duras penas los $12 mil millones de pesos, en algunos meses de buenas recaudaciones.
Y la reacción negativa de la población con sus fuerzas vivas, desde las empresariales hasta la gente sencilla de barrios, es que ven cómo con más ingresos, el gobierno está dilapidando más recursos, como lo hizo en el torneo electoral de mayo pasado, que tan buenos resultados obtuvieron par sus fines políticos. Por igual, la saturante y excesiva promoción de las realizaciones oficiales, que llena muchos espacios radiales y televisivos, provocan más rechazo que adhesiones. Asimismo creen que el impacto de nuevos impuestos se diluiría por estar el país inmerso en un exitoso torneo de béisbol y por la proximidad de las Navidades, con el regreso de los ausentes, y la gente pensando más en las reuniones y en las fiestas que la nueva cacería fiscal gubernamental de los pesos.
El dominicano ve cómo sus ingresos no le alcanzan para adquirir los alimentos básicos de consumo diario, hasta sus bebidas favoritas se planean encarecerlas como parte del incremento al selectivo de consumo. Casi todos los artículos de consumo aumentan con pasmosa regularidad, en donde los proveedores aducen que es por culpa del incremento de la tasa de cambio, aumentos en el exterior y nuevas variantes en el cobro de impuestos aduanales después que se eliminara el recargo cambiario.
Y a lo anterior es necesario añadirle la tormenta que azotaría al país si se ampliara el universo en el cobro del ITBIS para los comestibles, lo cual echaría más leña al fuego y prepararía el escenario para un disgusto generalizado del pueblo, si es que no estalla antes, para mayo del 2008 y se las cobraría en las urnas en las elecciones de ese año, como ocurre siempre cuando los gobiernos se obnubilan, pierden el sentido de la realidad, se creen endiosados y desprecian el sentir de la gente común, que solo tiene el recurso del voto o de la protesta social, método que su uso generalizado ya no es frecuente en el país desde aquellos hechos de abril del 1984.
Con tan notables ingresos, que el fisco ha registrado en los diez meses del año, los dominicanos han visto de cómo los mismos no se han traducido en una mejoría de los servicios. Como es natural, lo peor que padecemos es la falta de energía eléctrica agravada por las maniobras de los empresarios del sector que mantiene una actitud de extorsión para evitar que las autoridades revisen el inefable Acuerdo de Madrid. El agua escasea en muchos municipios que antes la tenían en abundancia y es necesario recurrir a las protestas para ver si se les atienden los reclamos. Por igual la gente ve el despilfarro de dinero en botellas, propaganda y eventos internacionales, mientras las carreteras más importantes, se están deteriorando a la carrera por falta de mantenimiento.
Hay un empeoramiento en los servicios. La salud y la educación padecen de la falta de recursos, que se desvían para otros fines, enmarcados en los planes internacionales, o para hecerle frente a las exigencias del FMI, que trata de imponer una nueva reforma fiscal. Y al igual como las han provocado en otros países, cada vez que se aceptan a rajatabla sus exigencias, hay funestas conmociones sociales, que los expertos fondomonetaristas las observan desde la seguridad y comodidad de Washington. Allí no hay peligro de recibir el impacto de una bala o de una pedrada de gente desesperada por la torpeza de las autoridades empecinadas en tener más recursos para malgastar más, e invertir menos en el desarrollo.
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