Por Miguel Guerrero
-DE EL CARIBE, MATUTINO DOMINICANO-
Ni el Gobierno ni el país están prestando atención al tema de la inmigración ilegal de haitianos. Ya la Corte Interamericana de Derechos Humanos condenó al Estado dominicano por negarles la ciudadanía a dos jóvenes descendientes de haitianos nacidos en el territorio nacional, y apenas la semana pasada el Congreso de Estados Unidos nos impuso una severa sanción política y moral al entregarle en un acto público el premio Roberto Kennedy de los Derechos Humanos a la activista haitiana Sonia Pierre, por sus consistentes e incansables denuncias de maltrato a sus compatriotas en el territorio nacional.
Pocas veces otra persona había tenido tanto éxito en construir barreras entre los dos países como la señora Pierre. Ha llevado ante infinidad de organismos internacionales y federaciones sindicales estadounidenses y europeas las más atroces denuncias contra la República Dominicana, las que han contribuido a forjar en la comunidad internacional una imagen del país como sociedad racista, sólo parecida a la que alguna vez adquirió Sudáfrica.
La mayor parte de esas denuncias carecen de sustentación, pero eso poco importa a las grandes naciones desarrolladas deseosas de desprenderse de su responsabilidad con la más pobre nación del continente.
Cuando un grupo dominicano emprendió una campaña de vacunación contra el tétano en el personal femenino de sus instalaciones de zona franca en Quanaminthe, al otro lado de la frontera, la señora Pierre formó parte de un movimiento internacional denunciándola como un plan criminal de esterilización.
En realidad se trataba de un programa social sin precedentes en el historial haitiano, pero una excelente oportunidad también para fortalecer la campaña de descrédito de un país que, como el nuestro, ha sido el refugio de cientos de miles de ciudadanos haitianos que han encontrado aquí la oportunidad que no les ha dado el suyo.
Miguel Guerrero es escritor y periodista
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