domingo, noviembre 05, 2006

Hijo adoptivo de Santiago de los caballeros, En Dominicana

Pienso que cuando el señor síndico, Don José Enrique Sued, me comunicó por teléfono la decisión unánime de los 41 regidores del cabildo del segundo Santiago de América, condecorándome como hijo adoptivo de esta antigua e hidalga ciudad, debí poner una cara de asombro. Es ciertamente una sorpresa, pero una muy agradable.
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Por Ramón Benito de la Rosa y Carpio

-DE EL CARIBE, MATUTINO DOMINICANO-

Hoy voy a hablar de sentimientos- ¿Qué siente uno al ser declarado hijo adoptivo de una ciudad, en mi caso concreto, de Santiago de los Caballeros?
Es lo que quiero compartir con ustedes ahora como lo hice con el público que llenó la Sala Capitular del Ayuntamiento de Santiago el 2 de noviembre del año 2006, cuando en Acto Solemne, se me entregó el pergamino contentivo de la resolución edilicia. No sé si todo el mundo siente lo mismo, pero mis sentimientos fueron los diez siguientes:

1 SORPRESA. Es algo que no se espera. Pienso que cuando el señor síndico, don José Enrique Sued, me comunicó por teléfono la decisión unánime de los 41 regidores del Cabildo del Segundo Santiago de América, condecorándome como hijo adoptivo de esta antigua e hidalga ciudad, debí poner una cara de asombro. Es ciertamente, una sorpresa, pero una sorpresa muy agradable.

Además, la noticia la recibí el martes 19 de septiembre, día de mi natalicio. La ví como “un regalo de cumpleaños”, un hermoso y sorpresivo regalo, que me impulsaba a proclamar a todo el mundo: -“Hoy, entre los regalos de cumpleaños, me han regalado la condecoración de hijo adoptivo de Santiago”. Así, un martes 19 de septiembre nací como hijo de Higüey y justo, en el mismo día y fecha, nací como hijo de Santiago.

2 INDIGNIDAD. Ante tal noticia, uno también siente y piensa que no lo merece, que uno es indigno de tal reconocimiento. Se pregunta:
“¿Y qué he hecho yo para recibir tal distinción? Cuanto hago y digo me parece que es mi tarea normal, algo que realizo por vocación y con gusto. Más aún, que el premio que recibo diariamente viene dado por mis mismas acciones, que me producen gran satisfacción y felicidad”.

Sin embargo, ante el sentimiento de indignidad recordé un criterio que aprendí en mis años jóvenes: -“Nunca digas ante un reconocimiento que no lo mereces o eres indigno, porque sería una ofensa a los otorgantes. Si tú no lo buscaste y ellos decidieron concedértelo, razones tendrán para hacerlo.

Ellos tantas veces ven cosas que uno no ve ni destaca en su propia vida. Lo más apropiado es aceptarlo con humildad”. Y eso hice: aceptarlo con humildad.

3 ALEGRÍA. La autoestima o la estima que el otro brinda a tu persona siempre da seguridad, alegría y anima para seguir viviendo y luchando.

No es extraño, pues, que en mí surgiera, como algo muy natural, el sentimiento de alegría ante la declaración de hijo adoptivo de Santiago.

Más aún la alegría se torna en fiesta. Fiesta que se descubre en uno mismo y a su alrededor. Todo el personal del Arzobispado se alegró y celebró tal designación. En muchas gentes de Iglesia pasó lo mismo y otros muchos, no tan cercanos a la misma, lo experimentaron igualmente. Esa alegría y fiesta se convierte en “felicitación”. Las expresiones de “felicitaciones” aparecían aquí y allá. Designar, pues, a alguien, cuando menos se espera, “hijo adoptivo de una ciudad” crea un clima de fiesta. Así, pensé, también, habrá fiesta, con mayor razón, en el alma de un niño o niña, sin padres, que es recibido en adopción por una familia. Él o ella se sentirá, entonces, más estimado y con más ganas de seguir viviendo.

4 GRATITUD. Otro sentimiento espontáneo y natural es el de gratitud, el de la acción de gracias hacia quien tuvo la iniciativa, en este caso específico, la regidora Sarah Nolasco, y hacia los demás cuarenta regidores y regidoras.

Agradecer es un acto de nobleza hacia la mano bienhechora; y cuando esa mano no es una sino las de cuarenta y un dirigentes, entonces la acción de gracias se hace más intensa; y el hecho se vuelve aún más significativo y la gratitud sube de nivel, cuando se sabe que el gesto bienhechor se debió a la votación unánime de un numeroso cabildo compuesto por siete partidos políticos diferentes. El sentimiento de gratitud llega a su culmen, cuando se recuerda que dichos regidores y regidoras representan a Santiago, quien los eligió libremente. La acción de gracias, pues, no sólo se dirige al síndico, a la proponente, a un cabildo, a siete partidos políticos, sino a toda la población de un gran municipio.

5 ACOGIDA. Otro sentimiento profundo es el de sentirse acogido. Siempre he experimentado la extrañable acogida santiaguera, de modo constante y de muchas maneras. Pero en la declaración de “hijo adoptivo” la acogida cobra un sabor especial y le da un encanto nuevo.

He de decir que no solamente uno se ve acogido. También la propia familia. Allí estaban presentes mis hermanos y familiares. Vinieron al acto como signo de solidaridad conmigo y, en el fondo, como una forma de agradecer la acogida dada a ellos también. Más aún: el reconocimiento dado a un higüeyano como “hijo adoptivo de Santiago” ha sido experimentado por las decenas de nativos de Higüey establecidos en Santiago como un reconocimiento y una acogida a todos ellos. Me ha llamado mucho la atención el hecho.

Dichos higüeyanos vinieron a estudiar en su mayoría a la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, se hicieron profesionales, se casaron aquí y hoy son dignos habitantes de Santiago, integrados en la sociedad cibaeña y en sus tradiciones.

También ellos se alegraron por la condecoración e hicieron fiesta, haciendo del acontecimiento algo suyo propio.

6 SENTIRSE AMADO. Una adopción, cualquiera sea ésta, es un acto de amor, generoso y gratuito como toda acción amorosa.
Nuestras leyes dominicanas, al hablar de adopción, destacan el sentido de gratuidad: ella es “un vínculo de filiación voluntario entre personas que no lo tienen por naturaleza”. El Diccionario de la Real Academia española de la lengua, al definir “adoptivo, va”, dice textualmente: “hijo que resulta de un adopción” y también “distinción que una corporación territorial concede a alguien no nacido en su ámbito”.

San Pablo destaca que por naturaleza somos creaturas de Dios hechos a su imagen y semejanza, pero no somos divinos, hijos de Dios. Sólo Jesucristo lo es. Sin embargo, lo somos por adopción por medio del mismo Jesucristo. Esa adopción entraña una participación en la misma divinidad: así somos “dioses”, somos “divinos”, “familiares de Dios” por adopción y por participación. Todo ello fue una gran decisión voluntaria de Dios, un acto de amor suyo: “Miren qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues lo somos”.

Así soy santiaguero no por naturaleza, sino por adopción, por participación, como una distinción, como un acto de amor gratuito y voluntario.

7 MAYOR CONCIENCIA. Llegué a Santiago en septiembre del año 2003, como arzobispo, como Cabeza de la Iglesia arquidiocesana. Mis sentimientos, desde el principio, no fueron los de un “jefe, que llega para mandar con suprema autoridad”, sino los de “un hermano mayor, enviado a guiar trabajando codo a codo con sus hermanos y hermanas de Santiago”. Si me sentía “hermano”, implícitamente ya era hijo. La designación como “hijo adoptivo” me recordó estos primeros sentimientos y me hizo explicitar y tomar mayor conciencia de que realmente en Santiago, “soy un hermano mayor y un hijo”. Así me siento y me veo. Así quiero ser.

8 RAÍCES. Cosa curiosa: a pesar de todo este tiempo en la ciudad corazón no había traído a mi memoria la presencia de los “Santiago” a lo largo de la genealogía del árbol familiar paterno, los “de La Rosa”, que se remonta, al menos hasta el año 1750 en Higüey, porque hasta ahí llegan los libros de bautismos y matrimonios.

Mi abuelo, pues, se llama Santiago, el primer hijo de mi bisabuelo Sebastián, que le puso ese nombre porque su padre, mi tatarabuelo, que lo recibió igualmente de otros antepasados, se llamaba Santiago.

Ahí yo puedo decir con toda verdad: Ramón hijo de Benito, hijo de Santiago, hijo de Sebastián, hijo de Santiago y de otros Santiagos que se hunden en la memoria de los tiempos.

De modo que la filiación actual con Santiago de los Caballeros me devuelve a mi pasado, valorado aún más ahora por esta declaración presente.

9 HONRA A TU PADRE. Ser declarado “hijo” te remite inmediatamente a “un padre”, y, en mi caso, fácilmente traje a la memoria el cuarto mandamiento: “Honra a tu padre y a tu madre”. Santiago me ha honrado con la distinción de hijo adoptivo y yo he de honrar a Santiago. Honor y honra a quien honor y honra te otorga.

10 COMPROMISO. Me siento comprometido con Santiago y con su gente, es decir, con mis hermanos y hermanas, por muchas razones: por llamado de Dios y del Sucesor de Pedro, por elección y convicción propias, por amor y admiración a Santiago, dado su dinámico pasado, su presente vibrante y su proyección futura.

Pero no puedo negar que la declaración de “hijo adoptivo” me hace sentir más comprometido con Santiago. Si antes lo hacía por un amor que acentuaba el servicio y la entrega, ahora, ¿por qué no decirlo?, aparecen dejos de “amor de ternura”, el que existe o debe existir entre padres e hijos.

CONCLUSIÓN

CERTIFICO que Santiago me abraza y yo abrazo a Santiago; que Santiago me adopta como un padre adopta a un hijo y yo, ahora, quiero honrar a Santiago con mis palabras y acciones, como un hijo honra a su padre y quiero trabajar con mis hermanos de Santiago, como un hermano más, para que codo con codo, echemos hacia delante a este padre que se llama Santiago y lo hagamos crecer y desarrollar como él se merece.

DOY FE, en Santiago de los Caballeros, a los dos días del mes de noviembre del año del Señor 2006.

† Monseñor Ramón de la Rosa y Carpio es presidente de la Conferencia del Episcopado

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