EDUARDO JORGE PRATS
-DE HOY, MATUTINO DOMINICANO-
El pesimismo ha sido un rasgo fundamental de la idiosincrasia dominicana. Alimentado por las desgracias que nos han aquejado desde el momento mismo del Descubrimiento, manipulado por los gobernantes y justificado por la intelectualidad republicana, el pesimismo tiene tan fuertes raíces en nuestro medio que conforma toda una cosmovisión de quienes somos, hacia dónde vamos y qué lugar ocupamos en el orbe. Sin embargo, hoy, a pesar de todos los problemas que nos aquejan, los dominicanos podemos ser razonablemente optimistas acerca de nuestro presente y nuestro futuro.
No somos la nación que se asomó azorada al mundo tras la muerte de Trujillo. No tenemos guerrillas ni conflictos étnicos y políticos que atenten contra la integridad territorial y del Estado. A pesar de los pésimos niveles de equidad social que revelan los informes de los expertos, somos menos pobres y menos analfabetos que hace dos décadas y estamos en mejores condiciones para producir, exportar y lograr un nivel de vida decente para todos los dominicanos.
La sociedad ha avanzado, a pesar de las reformas políticas, económicas y sociales que faltan. Nuestro gran problema hoy, sin embargo, lo sigue siendo el mismo que ocupó la mente del gran Américo Lugo: el Estado. Si no queremos ser esa ficción que Juan Isidro Jimenes Grullón denunciaba, que Alain Touraine lanzaba como dardo de los partos cuando abandonaba el país tras una breve visita, ese “Estado fallido” declarado por algunos, necesitamos fortalecer el Estado, hacerlo más eficiente, más transparente y más responsivo. Y tenemos que acometer la tarea de (re)fundar el Estado precisamente en un entorno global que erosiona nuestra soberanía pero que, al mismo tiempo, exige la organización estatal.
Esta tarea no incumbe sólo al Presidente de la República, aunque la debe encabezar por el rol neutral que caracteriza a toda jefatura ejecutiva en un sistema presidencial. Es misión de todos los partidos y de toda la sociedad. Los ejes medulares de esta gran tarea son la reforma del Estado, la sumisión de la Administración a la ley mediante el control judicial de sus actuaciones, la transparencia gubernamental y privada, la lucha contra el crimen organizado, el fortalecimiento del Tercer Sector, el buen gobierno de las empresas, la responsabilidad social corporativa, la democratización de la justicia, la garantía de los derechos fundamentales, el cumplimiento de las funciones del Estado Social, el fomento de la productividad y de la competitividad, la preservación del medio ambiente, y la lucha contra la pobreza estructural y por una sociedad más justa.
Un optimismo razonable es consciente de que las disidencias son naturales en toda sociedad liberal y democrática. Que es imposible ordenar verticalmente la sociedad como si estuviésemos en un Estado corporativo que obedezca a la voluntad de un jefe, de un movimiento o de un partido. Que la planificación estratégica del país es un camino lleno de tropiezos donde lo único cierto es la incertidumbre característica de toda sociedad en donde el resultado del juego no puede estar predeterminado por dados cargados. El optimista debe estar dispuesto a la apuesta democrática y al libre intercambio de las ideas porque sabe que la mejor decisión es la que resulta de la participación de todos y de todas. El pesimismo conduce a las profecías autocumplidas y al colapso de la sociedad. Sólo el optimismo razonable -el mismo que exhibieron nuestros padres fundadores para establecer y defender la República en el siglo XIX- nos da las fuerzas que como nación necesitamos para que la lista de tareas públicas ineludibles que antes hemos citado no sea un simple decálogo de buenas intenciones sino un resumen del gran inventario de retos que debemos enfrentar con entusiasmo y visión de futuro. Ojalá que nuestras élites sepan alcanzar el consenso difícil pero necesario para acometer estas tareas y estar así a la altura de un pueblo que, como el dominicano, siempre ha enfrentado con valentía, dignidad y entereza las pruebas a que la historia lo ha sometido. Ojalá estas élites sean capaces de ver más allá de la curva y de sus intereses coyunturales y no rehuyan sus deberes, escondidas tras la mampara del pesimismo fácil, irresponsable e improductivo elevado a la categoría de ideología del Estado.
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