domingo, noviembre 19, 2006

El nuevo PRD de México




<>

Jorge Zepeda Patterson
-DE EL UNIVERSAL, Mx.-

Algo de fondo está sucediendo con el PRD quizá sin darnos cuenta. Hay indicios de que el partido podría convertirse en algo distinto de lo que ha sido hasta ahora. Si tales indicios se confirman podríamos hablar de una refundación o de una tercera etapa. Si no lo hace, estará condenado a regresar a sus cuotas de 17% y a seguir haciendo el eterno papel de plañidero de las injusticias del modelo, pero sin posibilidad real de cambiarlo.

López Obrador fue el factor detonante para colocar al partido en una situación excepcional. Lo convirtió en segunda fuerza política con 35% de la votación. Carlos Fuentes comentó hace unos días que AMLO perdió la ocasión histórica de crear un gran movimiento de izquierda, luego de la derrota, al empeñarse en el desagravio y en la desestabilización del gobierno de Calderón. Yo también así lo creía. Pero bien mirado, quizá eso termine siendo lo mejor para el PRD.

El tabasqueño catapultó al partido, ciertamente, pero a un alto precio al profundizar el caudillismo que aqueja a esta organización desde sus inicios. Por más amable o no autoritario que fuese el liderazgo de Cuauhtémoc Cárdenas, es evidente que el ingeniero constituía el factótum de la vida interna del partido. Por su parte, AMLO arrasó con toda pretensión de vida institucional.

Su equipo constituyó un "gobierno" paralelo, sobrepuesto a la organización. Los candidatos fueron impuestos directamente por el líder, y las redes ciudadanas corrieron paralelas a los cuadros del partido. La célebre frase de López Obrador, "La estrategia de campaña soy yo", bien pudo haber sido "El partido soy yo", sin que los hechos lo desmintieran.

Salvo el propio Cárdenas, los cuadros perredistas lo aceptaron porque en la práctica AMLO ofrecía la oportunidad histórica de llegar a Los Pinos. Pero hay indicios de que no están dispuestos a convertir en hipoteca de largo plazo el alto precio que pagaron por ello. La posibilidad de que López Obrador se transforme en el gran líder social de un movimiento de resistencia resulta atractiva, pero podría ser desastrosa para el PRD. Perpetuaría su naturaleza caudillista y populista.

Hasta ahora el PRD ha sido un partido de tribus gestionadas por un gran jefe. Comparado al PRI o al PAN, tiene menor desarrollo institucional y formación de cuadros. Sus elecciones internas son accidentadas, por decir lo menos. Falta rigor en sus procesos de afiliación y su padrón es poco confiable. El caudillismo en la cúpula se reproduce al interior de las distintas facciones, lo cual demerita la disciplina partidaria que caracteriza al PAN o al PRI.

Por otra parte, el PRD debe resolver en algún momento de su vida la relación incestuosa con el PRI. Los fundadores del FDN, que dio origen al PRD, fueron ex priístas y también lo han sido seis de los nueve presidentes que ha tenido el partido. Decir que muchos perredistas son ex priístas no es peyorativo, es un dato real. El asunto es cuándo dejarán de serlo.

Es legítimo que ante el neoliberalismo de los últimos presidentes priístas muchos miembros del partido hayan optado por cambiar a un partido de izquierda. Pero no es posible que el PRD adquiera identidad si cada camada de ex priístas tránsfugas ingresa al partido para tomar posiciones claves. No debe ser sencillo para los militantes de izquierda de la primera época aceptar que la posición más encumbrada que tendrá el perredismo en el sexenio la ocupe Marcelo Ebrard, con Manuel Camacho detrás.

No es causal que se adviertan signos de cambio. ¿Cuáles? Uno: la designación de los coordinadores de las bancadas perredistas en ambas cámaras y en la Asamblea del DF no fue favorable a AMLO. Carlos Navarrete, en la de senadores, y Víctor Hugo Círigo, en la Asamblea capitalina, son de Nueva Izquierda (Chuchos); González Garza, en la de diputados, es más cercano a Cárdenas. Dos: los gobernadores perredistas, salvo Ebrard, han expresado su intención de negociar con el gobierno de Felipe Calderón, contraviniendo la directriz de El Peje.

Tres: en los últimos días se han reagrupado en dos grandes corrientes los perredistas tradicionales: por un lado Nueva Izquierda convocó a un frente común con algunas "tribus" sueltas; por otro, el Foro Nuevo Sol (vinculado a los Amalios) hizo lo propio para reagrupar a ocho corrientes distintas.

En ambas reorganizaciones no dominan ex priístas o pejistas. Ambas constituyen un intento para asumir mayor control de la vida institucional que se avecina. Cuatro: entre diputados y senadores hay una rebelión callada, que terminará por imponerse, para que sus sueldos no sean rasurados con donativos al movimiento de AMLO.

Quinto: en los últimos días diversos dirigentes han comenzado a deslindarse de "la resistencia civil". Confesarlo abiertamente es un tema políticamente incorrecto, pero las insinuaciones son evidentes. Entre ellos hay una especie de consenso de que el PRD le debe a AMLO una protesta categórica el día en que Calderón tome posesión. Pero saben que es un acto simbólico (la toma y la protesta). A partir del 1 de diciembre hablan ya de una nueva etapa.

Son meros indicadores quizás, pero dan cuenta de una tendencia. López Obrador seguirá siendo una figura influyente, incluso útil como medida de presión del PRD sobre el gobierno, pero cada vez menos decisivo en las relaciones institucionales.

El partido tiene la oportunidad histórica de escapar del caudillismo y convertirse en un instituto político profesional. No se trata de tomar partido a favor o en contra de AMLO, sino de entender que el PRD debe transitar a una nueva etapa. El asunto es saber si sus dirigentes tendrán la madurez y la claridad para hacerlo.

Se ha dicho con frecuencia que en un país con tantas desigualdades se requiere de un canal democrático para procesar la inconformidad y los cambios, y que si no existiese un partido de izquierda habría que inventarlo. Ha llegado el momento.

www.jorgezepeda.net

Economista y sociólogo


Volver al Directorio:

http://moises-iturbides.blogspot.com

No hay comentarios.: