sábado, noviembre 11, 2006

Al día

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JUAN JOSE AYUSO

-DE EL NACIONAL, VESPERTINO DOMINICANO-
Durante 136 años, Estados Unidos llevó sus guerras imperialistas a muchos de los países del mundo y participó en la segunda guerra mundial cuyo escenario fue Europa.

La clase dominante y el gobierno norteamericanos habían creado esa cultura de guerra en el extranjero desde el final de la Guerra de Secesión, en 1865, y la experiencia de guerra, por parte del pueblo y en más de más de un siglo y cuarto, consistió en aportar los muertos de los conflictos bélicos que venían dentro de sacos de tela o de plástico en que sus soldados eran transportados de regreso final al territorio de la Unión.

La guerra de independencia terminó en 1776 y durante los 89 años posteriores, casi dos siglos, la nación norteamericana se estableció, fortaleció y creció como potencia continental y mundial. A partir de 1865, 76 años le permitirían a Washington consolidar el imperio.

En 1941, el ataque japonés a una posesión militar norteamericana en el Pacífico, Pearl Harbour, permitió a la clase dominante y al gobierno norteamericanos reeditar su experiencia de guerra extranjera, hasta 1945, cuando decidieron el conflicto con los nazis de Adolfo Hitler, en Alemania, y el "imperio del sol naciente", Japón.

Con una fuerza sin antecedente hasta entonces y hasta ahora, Estados Unidos desató contra Hiroshima y Nagasaki, dos poblaciones japonesas, el horror y el terror de bombardeos atómicos que todavía suman víctimas.

La guerra civil de 1861 a 1965 -pienso que el autor quiso decir 1861-1865, (MI) -sembró de sangre mucho del territorio norteamericano y el desorden administrativo que provoca la confrontación disminuyó un poco el crecimiento del poderío norteamericano pero la experiencia, conocida antes de la fundación de la República sólo con la guerra de independencia de las trece colonias, no volvería a repetirse.

La pausa larga en que los norteamericanos no volverían a ver cara a cara y en su territorio la devastación de la guerra terminó el 11 de setiembre de 2001.

Sucesivos ataques aéreos contra las torres gemelas del "World Trade Center" de Nueva York y el edificio militar del Pentágono en Washington, y uno que fracasó y cuyo blanco sería la Casa Blanca, provocaron en EEUU una pesadilla de la que el gobierno de George W. Bush no ha permitido que el pueblo despierte.

Ganador en unas elecciones muy discutidas de 2000, la popularidad del presidente juramentado en enero del año siguiente estaba en el suelo. Como reacción al ataque del 11 de setiembre, la popularidad de Bush empezó a subir con celeridad.

En 2004 ganó sin problemas la reelección.

Pero en esos momentos, el pueblo norteamericano no se limitaría a recibir a sus muertos en fundas por los aeropuertos y puertos sino que los vería morir por miles en las torres gemelas.

En los cinco años que han seguido hasta hoy, las alertas nacionales cambian de color de manera constante y aunque la población norteamericana trata de recuperar su vida normal, el gobierno de Bush y su política internacional de agresión ‑Afganistán, Irak e Irán‑, mantiene viva la amenaza de los sectores musulmanes a los que se acusa de los ataques del 11 de setiembre.


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