SANDRA MUSTELIER AYALA
-DE EL LISTIN DIARIO MATUTINO DOMINICANO
Los cubanos no sabemos bailar merengue. Lo bailamos con pronunciados movimientos de cadera que describen semicírculos, ondulaciones ero-sinuosas, que van acompañadas de encontrados e intensos movimientos de hombros que nos hacen adoptar una ligera posición inclinada hacia delante.
Bailamos el merengue dominicano con las piernas semiabiertas y, las más de las veces, sueltos ambos integrantes de la pareja. El protagonista es el cuerpo todo, mucho más que los pies.
En el merengue, los protagonistas son los pies que danzan al compás de moderados movimientos laterales de cadera donde las piernas juntas, la altivez de la cabeza y los discretos movimientos de hombros le otorgan una majestuosidad que no limita la cadencia que emana de esa herencia afrocaribeña que se le desborda. La pareja marca el ritmo, más rápido o más despacio; evoluciona, casi todo el tiempo, sin soltarse.
¿Por qué los cubanos –sobre todo los orientalesdisfrutamos tanto el merengue en nuestras fiestas familiares y especialmente en los carnavales? Múltiples pueden ser las causas. Encontraremos en algunos pasajes de la historia que cualquiera de nosotros -de los que habitamos en el Oriente cubano- puede tener sangre dominicana, si indagamos en la genealogía.
Nuestra identidad cultural ha recibido el aporte de los dominicanos en diferentes momentos de nuestra historia, uno de estos períodos fue desde 1795 hasta 1808 como queda manifiesto en el libro Las emigraciones dominicanas a Cuba, del intelectual dominicano Carlos Esteban Deive.
“Este ensayo versa sobre las emigraciones de los habitantes de Santo Domingo a Cuba efectuadas con motivo de la cesión de la colonia a Francia en virtud del Tratado de Basilea de 1795 “(…) El hecho de que este ensayo se ciña a las emigraciones a Cuba y no a otras partes se debe a la mayor afluencia de criollos y españoles a ese país (...) y en él residieron, según cálculos efectuados por las autoridades cubanas, unos 4,000”.
Un hecho innegable es la comunicación que existía a finales del siglo XIX entre “las islas dolorosas del mar”, como definiera José Martí a Dominicana, Puerto Rico y Cuba.
Al consultar el primigenio periódico dominicano Listín Diario de los años 1891-1895, en el Archivo General de la Nación, en Santo Domingo, descubrí que existía un vapor llamado Manuelita y María que salía de puerto San Juan, por lo general hacía noche en puerto Santo Domingo, continuaba hacia Santiago de Cuba hasta llegar al puerto de La Habana y retornaba por la misma ruta.
Este recorrido mensual facilitaba el intercambio comercial, artístico y migratorio en general. Poderosas son las razones identitarias que unirán siempre a estos pueblos hermanos más allá de las diferencias.
Lo que trasciende es la entremezcla ancestral y promisoria de culturas y de corazones, de historia y de porvenir, en una integración caribeña pueblo a pueblo.
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