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NICOLAS PEREZ DIAZ-ARGÜELLES
-DE EL NUEVO HERALD, MIAMI, USA-
Hace algunos años leí un interesante trabajo, de un grupo de sociólogos franceses, sobre una tribu de pigmeos que a finales del siglo XX seguían sumidos en una articulada cultura paleolítica. Estaban localizados creo que en Tasmania. Y la organización social de este grupo era original. Los hombres no trabajaban, eran las mujeres quienes se ocupaban de fabricar las chozas, sembrar en los huertos y matar a golpe de flecha o lanza los animales salvajes para el consumo familiar. Mientras, ellos cuidaban a los niños o intercambiaban con ferocidad y compulsión piedras redondas que llamaban moccos, en lo cual gastaban el 90 por ciento de su tiempo libre. La característica más curiosa de estas piedras era que no tenían ningún tipo de valor real, no podías cambiarlas ni por pencas de palmera o palomas ni por pieles, lanzas o flechas. Un mocco sólo podía ser negociado por otro mocco. Ningún sociólogo del grupo de estudios pudo entender a pesar de intensas investigaciones por qué los hombres de la tribu perdían el tiempo en gestos tan inútiles con tanta pasión.
A veces cuando pienso en este episodio me digo que quién sabe si dentro de 2,000 años, los científicos contemplarán a la actual extrema izquierda latinoamericana con la misma sorpresa y estupor con que nosotros contemplamos hoy a estos pigmeos de Tasmania. Sólo que los moccos donde la actual extrema izquierda gasta el 90 por ciento de su tiempo no es traficando con piedras redondas, sino atacando con adjetivos repletos de odio y furia al gobierno de Estados Unidos.
Una insensatez escalofriante porque Fidel Castro, Hugo Chávez, Evo Morales y Daniel Ortega, que con su incorporación al grupo completa el póquer del estiércol en América Latina, como los enanitos de Tasmania no son capaces de fabricarles a sus pueblos viviendas, ni de cultivarles trigo para que horneen pan, ni de criar rebaños para acrecentar la riqueza de sus pueblos, lo que hacen es estar las 24 horas del día intercambiando el estéril e improductivo mocco del odio al yanqui. La política no debe ser un instrumento de legislación de leyes y una posterior implementación de éstas, el asunto no es crear una atmósfera de paz y buena voluntad entre las naciones, sino de guerra y desconfianza. ¿El arma más usada con este fin? El insulto a Washington repetido hasta el cansancio.
Y no es que yo me oponga a esos insultos, pero Estados Unidos es el tercer país del mundo en población y el cuarto en extensión, creció económicamente un 3.4 por ciento entre mayo y junio de este año. Los 10 hombres más ricos de este país poseen una fortuna de $232,000 millones, bastante más que el producto interno bruto (PIB) argentino. Nada de esto es casualidad y están ahí, de los Grandes Lagos al río Bravo, y de San Francisco a Nueva York, con sus enormes edificios y flamantes autopistas, y sus premios Nobel en economía y ciencias, y computadoras que todo lo saben, y no se van a mudar para otra parte porque entre otras cosas, no caben dentro de ninguna maleta.
Aunque claro, yo sé, lo sé perfectamente, Washington actualmente le gusta a poca gente. Una encuesta de Zogby a principios de este año concluyó que sólo el 6 por ciento de 500 líderes de opinión de América Latina opinan que el presidente George W. Bush tiene una política superior a la de sus antecesores. Y también es muy cierto que siempre el mundo ha mirado a Washington como el gordito bitongo y gótico de nalgas gordas y cachetes mofletudos que va al colegio en un carro con chofer, vestido con un trajecito de marinero impecable y empuñando una bolsa generosa de merienda que se come él solo. El gordito no es exactamente una mala persona, pero interviene en los asuntos internos de sus compañeros de aula y es un poco rapaz. Quien lo mira con mala cara o se le atraviesa en la fila de la fuente de agua, o le lleva a la maestra una manzana mayor que la suya, puede enfrentar problemas y cosas así son feas. Ahora con George W. Bush las cosas han empeorado porque si a George no le gusta la guerra, da la impresión de que sí.
Pero eso no justifica la necia estrategia de Cuba, Venezuela, Nicaragua y Bolivia, que están como Joseph Goebbels, el ministro de Información de Hitler, machacando una mentira hasta el cansancio, a ver si por arte de magia se convierte en verdad.
Hay quienes están disgustados con la actual composición política de los países de América Latina, yo no. Si la actual extrema izquierda continental estuviese en la misma escuela del gordito norteamericano trataría de arrebatarle la merienda a la fuerza.
La otra izquierda: la potable de la Bachelet, Lula, Alan García y Tabaré Vázquez, no cometería ese error. Ellos, que no son capaces de hacer denuncias falsas de atentados contra sus vidas, ni compran armas para defenderse de invasiones extranjeras inexistentes, ni desestabilizan a sus países vecinos, sino que se dedican a desarrollar sus naciones económicamente y a hacer felices a sus pueblos, harían otra cosa, por medios diplomáticos y educadamente: con voz dulce tratarían de explicarle al gordito norteamericano vestido de marinero, atravesado pero ingenuo, que los niños buenos dividen su merienda a la mitad, con sus compañeritos de clase.
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